/ martes 11 de febrero de 2020

Neblina Morada/Salinger: El enigma ha muerto

El escritor tenía una fijación por la privacidad que rayaba en el fanatismo en un medio cada vez más voyeurista

No soy partidario de las notas necrófilas ni de epitafios oportunistas, menos de celebraciones perdidas, sin embrago, recordar la muerte de J.D. Salinger, ocurrida en 2010, a los noventa y tantos años, lo merece. Me interesa por sobre cualquier cosa, más que la leyenda detrás del artista, esa reserva de la vida privada, esa fijación por la privacidad, que rayaba en el fanatismo en un medio cada vez más voyeurista y chismoso porque así está el mundo ahora.

Él resguardaba su intimidad, y se recluyó por años de los paparazzi, y los fans. Un congruente emisario de lo esencial, donde la obra resumía un proyecto vital. Si en su literatura es fácil detectar esa empatía por la inocencia que es un receptáculo de la resistencia al deterioro y la degradación, entonces uno comprenderá por qué prefería a adolescentes y niños como personajes que interactuaban con un mundo cada vez más incomprensible. Fácil es rastrear esa cruzada de lo esencial contra lo falso, de la verdad contra la hipocresía. Es así desde el espléndido y ya de culto cuento “Un día perfecto para el pez plátano”, hasta todo el grueso de su obra édita: Levantad la viga carpinteros y Seymour una introducción, Franny y Zooey, los Nueve Cuentos, y la novela última PH7, que no está traducida al español aun, y que no he leído.

Obra parca, obra poderosa, obra polémica, la suya. Sus personajes parecen modelados en un mundo ideal, donde todos somos sofisticados, todos podemos descubrir en la existencia un túnel del tiempo, una vida rica y plena para vivirse, y hacer posible el destierro de la falsedad y las máscaras.

Desde luego para buscar ese reducto de la inocencia, había que dotarlo de una filosofía, y allí estaba a mano el budismo zen, las teorías orientales, el Tao, el misticismo religioso de cualquier tipo; sus afanados egos experimentales como les llama Broch, son inefablemente, producto de sus búsquedas internas y externas. De cualquier manera entran en crisis, y se mueven en un mundo cada vez más reducido, además cargan con la presencia de algún hermano muerto, con el peso de su propio genio precoz, con la inteligencia que los sume en ese estado depresivo y donde la lucidez es una loza en los hombros. Donde aún es posible la redención.

Salinger tradujo el anhelo de los púberes con ahínco y fervor, le extrajo la seducción a la singularidad, les propició un radio de acción, donde la conciencia es la retórica profunda que los impele a destruir un orden. Desterrados de cualquier resquicio de normalidad, pero moviéndose en ese espacio aún, los personajes de Salinger tocarán los nervios de una sociedad harta de sí misma, desde entonces. Para él los muertos no están muertos de muerte natural, nosotros los matamos, y por ello deben de permanecer vivos y dialogar con nosotros permanentemente. Así como las cosas nimias, no lo son por sí mismas, sino por el desdén de los hombres, ellas están en lo fundamental que vivimos, y con el humor irónico se hacen presentes.

La crítica de Salinger es implacable. Toda esa mascarada que cotidianamente engendra un simulacro aceptado es destazado por sus cuchillos verbales. La inocencia en todo caso es la afrenta mayor que se defiende a sí misma contra la estulticia y la sevicia. En todo ese repaso a los espacios interiores halla uno un acto a veces ingenuo, pero no por ello menos importante.

La efusión sentimental se acalla con la mezcla de elementos disímbolos y contradictorios que aquejan a esos seres vulnerables en medio de su incertidumbre. Para él todo es tan absurdo, porque todo cuenta. Incapaz de traicionarse, incapaz de conceder. Crea un mundo paralelo donde es posible la honestidad, la sinceridad, sobre todo interior y que se sobrepone a La Gran Costumbre, derrotándola en su propio terreno. En Levantad la viga carpinteros, nouvelle que explica el suicido de Saymour Glass en el cuento del pez plátano, escribe magistralmente, y que yo asumo como credo personal: Soy una especie de paranoico al revés:

Sospecho que la gente conspira para hacerme feliz.

Me parece que la inocencia es ese sitio intocado que es una elección, y que permanece en algunos espíritus por siempre. Una mirada a la vida siempre nueva, una manera de novelar el mundo con los propios actos. Pero yo le diría a Salinger en estos tiempos si pudiera con sus propias palabras.

Querido y viejo tigre que duerme

Holden Caufield, el del Guardián entre el Centeno, persevera cuidando que los niños no caigan al precipicio, se aleja él mismo de esa teoría de las conspiraciones que tanto daño han hecho al propiciar la muerte del juglar del Siglo XX, Johnn Lennon a manos de un loco que leyó mal tu libro, y de esa saga de productos del Media que con Mel Gibson y su paranoide taxista, en la peli Complot propiciaron que el Guardian fuese un libro de culto misterioso y paranoico, o que Winona Ryder justificara su cleptomanía como un rasgo sacado de esa tu novela efervescente, con su emblemático episodio de los patos en el lago de Central Park, y los absurdos comentarios de un extranjero en el mundo.

Te volvería a decir de nuevo con tus mismas mágicas palabras: "Ah tú, allá afuera, con tu envidiable, dorado silencio".

Porque Salinger creía en el poder del amor entre hermanos, creía en la eficacia de la inteligencia, tenía fe en el compromiso con el bien tan proscrito en estos tiempos cínicos, era un desterrado de los grandes valores añejos, y su misión como individuo proyectado en Seymour, Buddy, Franny, y toda la familia Glass, así como en Holden Caufield, era ser feliz, como un deber metafísico. Termino con sus cuatro Grandes Votos que Zooey recita: "Por muy innumerables que sean los seres, juro salvarles; por muy inagotables que sean las pasiones, juro extinguirlas; por muy inconmensurables que sean los Dharma, juro dominarlos; por muy incomprensible que sea la verdad de Buda, juro alcanzarla”.

bardamu64@hotmail.com

No soy partidario de las notas necrófilas ni de epitafios oportunistas, menos de celebraciones perdidas, sin embrago, recordar la muerte de J.D. Salinger, ocurrida en 2010, a los noventa y tantos años, lo merece. Me interesa por sobre cualquier cosa, más que la leyenda detrás del artista, esa reserva de la vida privada, esa fijación por la privacidad, que rayaba en el fanatismo en un medio cada vez más voyeurista y chismoso porque así está el mundo ahora.

Él resguardaba su intimidad, y se recluyó por años de los paparazzi, y los fans. Un congruente emisario de lo esencial, donde la obra resumía un proyecto vital. Si en su literatura es fácil detectar esa empatía por la inocencia que es un receptáculo de la resistencia al deterioro y la degradación, entonces uno comprenderá por qué prefería a adolescentes y niños como personajes que interactuaban con un mundo cada vez más incomprensible. Fácil es rastrear esa cruzada de lo esencial contra lo falso, de la verdad contra la hipocresía. Es así desde el espléndido y ya de culto cuento “Un día perfecto para el pez plátano”, hasta todo el grueso de su obra édita: Levantad la viga carpinteros y Seymour una introducción, Franny y Zooey, los Nueve Cuentos, y la novela última PH7, que no está traducida al español aun, y que no he leído.

Obra parca, obra poderosa, obra polémica, la suya. Sus personajes parecen modelados en un mundo ideal, donde todos somos sofisticados, todos podemos descubrir en la existencia un túnel del tiempo, una vida rica y plena para vivirse, y hacer posible el destierro de la falsedad y las máscaras.

Desde luego para buscar ese reducto de la inocencia, había que dotarlo de una filosofía, y allí estaba a mano el budismo zen, las teorías orientales, el Tao, el misticismo religioso de cualquier tipo; sus afanados egos experimentales como les llama Broch, son inefablemente, producto de sus búsquedas internas y externas. De cualquier manera entran en crisis, y se mueven en un mundo cada vez más reducido, además cargan con la presencia de algún hermano muerto, con el peso de su propio genio precoz, con la inteligencia que los sume en ese estado depresivo y donde la lucidez es una loza en los hombros. Donde aún es posible la redención.

Salinger tradujo el anhelo de los púberes con ahínco y fervor, le extrajo la seducción a la singularidad, les propició un radio de acción, donde la conciencia es la retórica profunda que los impele a destruir un orden. Desterrados de cualquier resquicio de normalidad, pero moviéndose en ese espacio aún, los personajes de Salinger tocarán los nervios de una sociedad harta de sí misma, desde entonces. Para él los muertos no están muertos de muerte natural, nosotros los matamos, y por ello deben de permanecer vivos y dialogar con nosotros permanentemente. Así como las cosas nimias, no lo son por sí mismas, sino por el desdén de los hombres, ellas están en lo fundamental que vivimos, y con el humor irónico se hacen presentes.

La crítica de Salinger es implacable. Toda esa mascarada que cotidianamente engendra un simulacro aceptado es destazado por sus cuchillos verbales. La inocencia en todo caso es la afrenta mayor que se defiende a sí misma contra la estulticia y la sevicia. En todo ese repaso a los espacios interiores halla uno un acto a veces ingenuo, pero no por ello menos importante.

La efusión sentimental se acalla con la mezcla de elementos disímbolos y contradictorios que aquejan a esos seres vulnerables en medio de su incertidumbre. Para él todo es tan absurdo, porque todo cuenta. Incapaz de traicionarse, incapaz de conceder. Crea un mundo paralelo donde es posible la honestidad, la sinceridad, sobre todo interior y que se sobrepone a La Gran Costumbre, derrotándola en su propio terreno. En Levantad la viga carpinteros, nouvelle que explica el suicido de Saymour Glass en el cuento del pez plátano, escribe magistralmente, y que yo asumo como credo personal: Soy una especie de paranoico al revés:

Sospecho que la gente conspira para hacerme feliz.

Me parece que la inocencia es ese sitio intocado que es una elección, y que permanece en algunos espíritus por siempre. Una mirada a la vida siempre nueva, una manera de novelar el mundo con los propios actos. Pero yo le diría a Salinger en estos tiempos si pudiera con sus propias palabras.

Querido y viejo tigre que duerme

Holden Caufield, el del Guardián entre el Centeno, persevera cuidando que los niños no caigan al precipicio, se aleja él mismo de esa teoría de las conspiraciones que tanto daño han hecho al propiciar la muerte del juglar del Siglo XX, Johnn Lennon a manos de un loco que leyó mal tu libro, y de esa saga de productos del Media que con Mel Gibson y su paranoide taxista, en la peli Complot propiciaron que el Guardian fuese un libro de culto misterioso y paranoico, o que Winona Ryder justificara su cleptomanía como un rasgo sacado de esa tu novela efervescente, con su emblemático episodio de los patos en el lago de Central Park, y los absurdos comentarios de un extranjero en el mundo.

Te volvería a decir de nuevo con tus mismas mágicas palabras: "Ah tú, allá afuera, con tu envidiable, dorado silencio".

Porque Salinger creía en el poder del amor entre hermanos, creía en la eficacia de la inteligencia, tenía fe en el compromiso con el bien tan proscrito en estos tiempos cínicos, era un desterrado de los grandes valores añejos, y su misión como individuo proyectado en Seymour, Buddy, Franny, y toda la familia Glass, así como en Holden Caufield, era ser feliz, como un deber metafísico. Termino con sus cuatro Grandes Votos que Zooey recita: "Por muy innumerables que sean los seres, juro salvarles; por muy inagotables que sean las pasiones, juro extinguirlas; por muy inconmensurables que sean los Dharma, juro dominarlos; por muy incomprensible que sea la verdad de Buda, juro alcanzarla”.

bardamu64@hotmail.com

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