Es mediodía, el sol cae a plomo. Sus rayos pegan en la ya curtida piel de esos niños que buscan una manera de sobrevivir, de llevar un poco de dinero a sus casas, a sus familias.
Para ellos el Covid-19 “no existe” y aunque sienten temor por contraer la enfermedad saben que es más grande su necesidad por salir a vender.
Son niños que toman los cruceros de la ciudad para vender sus productos, en su mayoría frutas, verduras y golosinas; qué más da, la cosa es colaborar en la economía de sus hogares que hoy ha sido golpeada desde sus raíces por la pandemia.
Jonathan ofrece mangos en el crucero de la avenida Araucarias. “10 pesos la bolsa, órale anímese patrón, están bien buenos”, dijo el chico de escasos 12 años de edad, quien en su rostro apenas esboza una ligera sonrisa, como si supiera que su niñez y sus sueños se le escaparan de las manos haciendo cosas que son propias de la gente mayor.
Desde la mañana se traslada de la vecina ciudad de Banderilla a esta capital. “Tengo que acabar pronto para irme más temprano, pero si no lo vendo seguro que le voy a pegar todo el día”, señaló.
Ángel, vecino de la colonia Framboyanes, cercana a la calle Ébano, se escabulle rápidamente entre los autos que se detienen en el mismo crucero y ofrece sus limones. Acelera el paso porque sabe que del rojo al verde del semáforo no hay mucho tiempo y debe aprovecharlo.
Sus gritos a veces se pierden con el sonar de los cláxones de los autos, pero le pone empeño. “Vengo por necesidad, pero también aprovechando que no vamos a la escuela porque se cancelaron las clases”, dijo, al tiempo que reconoció que se mantiene en el lugar por varias horas.
Édgar es otro chico que sale a vender. Va por las calles del centro ofreciendo dulces y chocolates, igual a 10 pesos. Camina entre la gente sin ninguna medida de seguridad, sin sana distancia y mucho menos cubrebocas, pero no le importa, su prioridad es el dinero. “Sí, a veces tengo miedo, pero qué le hago, tengo que vender”, precisó el pequeño con domicilio en un barrio bravo de la colonia El Moral, a donde llega tras más de seis horas de labor y a veces sin haber logrado una buena venta.
En el crucero que forman las avenidas Circuito Presidentes y Murillo Vidal se encontraba doña Mariana con sus hijas María del Carmen y Lucero vendiendo bolsas con cebollas, papas, nopales y calabacitas. Mostrando una clara desconfianza al ver a grabadora cerca, expresó que su necesidad es muy grande. “Más que nada venimos a trabajar por necesidad para salir adelante, para tener algo de dinero que nos permita llevarnos algo a la boca”, precisó la señora, mientras sus pequeñas mostraban las verduras a los automovilistas, quienes a veces muestran su rostro hostil ante la presencia de los niños.
Ellas vienen de Piletas. “De una manera u otra tenemos que vender para poder llevar algo a nuestras casas, y aunque sí existe el temor de enfermarnos tenemos que trabajar”, sostuvo la señora, quien confesó que su jornada se resume a 150 o 200 pesos por muchas horas de venta.
La señora Ixchell Hernández, automovilista que se detuvo en ese momento en ese crucero criticó a los padres de los niños porque los mandan a vender a tan temprana edad.
Es triste ver que a los niños los exploten de esa manera, además arriesgan su vida en los cruceros porque realmente no miden el peligro y podrían sufrir un lamentable accidente
dijo