En el Hospital Rural de Zongolica todos querían ver al presidente. Era su primera visita, investido del gran Tlatoani. Viajó por carretera y en Atlanca, fue recibido con incienso, flores, violines, guitarras, porras, aplausos, café y un calabazo. Todos querían tocarlo. “Estamos con usted”, le gritó uno.
Cuando pasó el tope de esa curva de Atlanca, seguramente volteó a la derecha, del lado del copiloto donde viajaba y vio tres cruces con flores moradas, blancas y rosas, dos de ellas cubiertas por un pequeño jacal con láminas de cartón y otra a la intemperie. Al pie, veladoras llorosas, desgastadas por la llama que las consumió.
Nadie sabe lo que pasó por su mente, pero seguramente ya sabía que la noche del miércoles 24 de abril —ya durante su mandato y el de Cuitláhuac García Jiménez—, la alcaldesa de Mixtla de Altamirano, Maricela Vallejo Orea, había sido asesinada por sicarios que se escondieron en la oscuridad de la noche.
Con ella, en esa curva maldita de Atlanca, municipio de Los Reyes, cayeron por las balas su esposo Efrén Zopiyactle y su chofer Sabino García. Ella tenía 27 años y él 22. En diciembre de 2017 Maricela ya había dado a conocer que la habían amenazado de muerte.
O aceptas 300 mil pesos por renunciar a la presidencia municipal o pierdes la vida”, le dijeron. Esa noche oscura de abril las amenazas se cumplieron.
II
Por eso, en el Hospital Rural de Zongolica —con muchas carencias, pero con pintura nueva, reluciente— Andrés Manuel López Obrador lanzó su perorata en contra de la corrupción y de los males que provoca el “dios dinero”.
Imagínense lo que pasaba aquí, en Veracruz. Un gobernador corrupto sustituido por otro gobernador corrupto, los presidentes municipales, lo mismo; aquí en la Sierra de Zongolica, donde hay más pobreza, se despertó la ambición y hasta se dañaban físicamente, hasta asesinatos por robarse el dinero de los ayuntamientos
“Imagínense el nivel de degradación al que se llegó, en donde todo era la ambición al dinero, era el dios que prevalecía, el dinero. Eso se acaba por completo”.
“Eso se acaba”, reiteró.
Un señor que estaba junto a mí, dijo entre dientes: “el dinero, sí, el dinero, si él no lo necesita, por eso puede hablar así de la ambición”.
El dinero, ha dicho Catón, no da la felicidad, sobre todo si es poco.
Pensé en esa vieja frase: el dinero mueve al mundo.
Cuando concluyó el evento me fui a recorrer el mercado de ese “pueblo burbuja”, como lo llama el alcalde Juan Carlos Mezhua, “tenemos índice cero de delincuencia; somos un municipio equiparable a Mérida, Yucatán”.
Vi el rostro de mujeres y hombres vendiendo café, chiles, chayotes, frijol, plátano, aguacates, abichuelas, hilos, estambres, entre otras cosas. Todos, luchando para llevar, con dinero, algo de comer a sus casas.
III
Cuando regresé de Zongolica a Orizaba me detuve en la curva de Atlanca y vi las cruces con las flores blancas, rosas y moradas, cubiertas por guirnaldas secas y ramos también agostados por el paso del tiempo.
Escuché la voz de Dios hablándole a Caín: “¿Dónde está Abel? ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo”.
Y sí, ahí, en el suelo, en ese curva, una noche oscura y fría de abril, quedaron tirados los sueños y las ilusiones de Maricela, Efrén y Sabino.
Detrás de la mano de los asesinos estaba “el dios dinero”, ese mensajero de felicidad que obnubila la mente y la impulsa a hacer cualquier cosa.
Ese día que me detuve en la curva de Atlanca aún la autoridad no dictaba presunta responsabilidad al síndico de Mixtla de Altamirano, Ricardo Pérez Marcos y a su esposa, la ex alcaldesa María Angélica Méndez Margarito. Hoy los dos están en la cárcel.
Pero ¿qué mueve, además de la ambición, del deseo de tener y de poder, a los seres humanos para destruirnos?
Somos peores que lobos para el hombre, pensaba, recordando a mi viejo amigo Carlo Antonio Castro, mientras el Adelas avanzaba entre el vértigo de la sierra de Zongolica.