El municipio de Coatepec guarda una rica tradición oral de leyendas, personajes y lo sobrenatural, historias que se han ido compartiendo a través de distintas generaciones y que, con el paso del tiempo, forman parte de un libro abierto sobre el imaginario colectivo de un pueblo que, entre neblina y calles adoquinadas, se levantaba dispuesto a ganarse la vida en las fincas de café.
Cronistas e investigadores académicos han compilado relatos de los habitantes pertenecientes al llamado “Cerro de la Culebra”, desde La Llorona y la Mujer de Blanco, hasta El Puente del Diablo o La Noche de San Juan, mismas que aún pueden provocar miedo al escucharlas.
Sin embargo, para Manuel, aquellas historias tradicionales sólo son superadas cuando se vive algo en “carne propia” y, en su caso, por lo que aconteció una noche de verano de 2016, cuando luego de una jornada laboral en Xalapa, aceptó el aventón en el carro de uno de sus compañeros que vivía en la localidad de Tuzamapan, que se encuentra en la ruta Jalcomulco-Totutla-Coatepec, perteneciente a éste último.
A Manuel se le hizo fácil quedarse a cenar en casa de su amigo y luego tomar un taxi de regreso a su domicilio. Apenas había transcurrido una hora de su llegada, cuando cerca de las 22:00 horas de aquel viernes, a causa de una alarma sobre un incidente local de inseguridad, los amigos tuvieron que despedirse.
Él avanzó hacia la carretera Coatepec-Las Trancas, pues no había ningún servicio de taxi disponible en la zona; pensaba que tal vez podía recibir la ayuda de algún conductor generoso que lo acercara a la entrada de La Orduña; sin embargo, durante un largo rato, no corrió con suerte.
Mientras avanzaba sobre la orilla de la carretera empezó a darse cuenta de la profunda oscuridad que lo rodeaba, sin ninguna luz que lo guiará y un celular sin funcionar, en el silencio del camino empezó a sentir que algo extraño lo detenía, a pesar de sus pasos a prisa.
“Sentía que las ramas de los árboles me agarraban, empecé a escuchar sonidos extraños entre más miedo sentía, menos podía caminar; durante un rato fue una batalla entre fuerzas extrañas e invisibles, y mi fe en Dios para continuar avanzando; cuando llegó un momento en que sentía que me iba a quedar paralizado, fue cuando tomé valor y me detuve, respiré hondo y alcé la voz: no sé quiénes sean ustedes (les dije), pero yo no vengo a molestarlos, yo sólo estoy de paso, así que les pido permiso para continuar mi camino”.
Acto seguido, vino la calma, pero también el inicio del rezo de un olvidado salmo, recurso de todo creyente en la protección divina.
Sudando, con el cuerpo helado, pudo llegar hasta las instalaciones de la empresa Coca-Cola, y fue cuando por fin pasó un señor en su camioneta y lo acercó a su casa.
Al llegar a su hogar, le contó a su madre y esposa sobre lo ocurrido, y quedó en preguntar a su amigo sobre algún suceso extraño que se haya registrado en esa parte de la carretera; luego, más por vergüenza, prefirió quedarse callado, pensando que a lo mejor quienes lo detuvieron eran almas perdidas que sufrieron alguna muerte trágica en el camino, “tal vez sean espíritus que aún esperan ser recogidos por la luz”.