Por ser parte del paisaje urbano, para algunas personas los boleros pueden pasar desapercibidos, sin embargo, son personajes con nombre y apellido, y no cuentan con estudios profesionales pero muchas veces, además de darle brillo al calzado, dicen hacerla de psicólogos.
¿Cuántos boleros hay en el parque Juárez de Xalapa?
En el parque Juárez de Xalapa actualmente hay 22 boleros, entre quienes sobresalen los hermanos Víctor y José Alberto Hernández Morales por contar con más antigüedad en un oficio con orígenes en la Revolución Mexicana.
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¿Cómo fueron los inicios de los hermanos Víctor y José Alberto Hernández?
Entre jabón de calabaza, crema, grasa, tintas y brochas, los hermanos recuerdan sus inicios en la plaza Lerdo, cuando eran cuatro los boleros que atendían a hombres locales y foráneos. En 2023, Víctor acumula 52 años de trabajo y José Alberto, 41.
“Ya somos parte del parque. Somos como los árboles. Aquí estamos viendo pasar el tiempo. También vemos los cambios de la gente, de su forma de ser y de sus gustos. Como ahora, cuando a los jóvenes ya no les interesa tanto tener un zapato limpio y brilloso. Buscan más los tenis y los zapatos de tela”, expresa José Alberto.
Con gratitud, rememora que su hermano Víctor –nueve años mayor– fue el primero en hacerse de un cajón de bolero, cuando apenas era un adolescente; después le regaló a él también el suyo, pues ya no quiso continuar sus estudios.
Víctor empezó a los 14 años y hoy tiene 66 de edad, mientras que José Alberto comenzó a los 16 y celebra 57 años de vida. No hay arrepentimiento al ser conscientes del tiempo transcurrido, pero sí nostalgia.
El de bolero es visto por ellos como un trabajo noble, el cual permite dar un servicio, al mismo tiempo que ayuda a cultivar un sinfín de amistades, sin importar clases sociales, profesiones u oficios.
¿A quiénes atienden más?
En el parque Juárez, lo mismo lustran calzado de políticos, funcionarios o maestros, que de albañiles, herreros o, últimamente, de mujeres, quienes, dicen, antes poco recurrían a este servicio.
Víctor y José Alberto provienen de una familia numerosa. Fueron 20 hermanos, de los cuales ya solo quedan cuatro. Ellos son los descendientes de Celerino Hernández y Leónides Morales, una pareja que vivía inicialmente en Los Planes, Coacoatzintla. Allá nació Víctor y, con orgullo, José Alberto dice ser cien por ciento xalapeño.
No sin pesar, ahora que ven hacia el pasado observan cómo han ido desapareciendo los oficios, entre ellos, el de “pedrero”, al cual se dedicó su papá, “un hombre fuerte que picaba piedra”.
Quizá le quede poco tiempo al oficio de bolero o lustrador, pero no importa, no tienen planes de retirarse, “hasta que el cuerpo aguante”; su misión de vida ha sido y es “dar un buen trato, un buen servicio y lograr que el cliente se vaya contento, satisfecho”.
En espera de que terminen las vacaciones de verano y los últimos gastos de entrada a clases, los hermanos conocen la dinámica y aseguran saber por experiencia que pasados estos días, mejora la economía. “Ser bolero todavía da para comer”.
Actualmente, una boleada cuesta 30 pesos y se incrementa si se trata de botines o botas. En algún tiempo hubo servicio de pintura de mochilas y chamarras, pero ya no, todo evoluciona, hasta las sillas, afirman.
“Antes eran unas sillas que se doblaban y nos las patrocinaban la Coca y la Superior, pero todo cambia. Elízabeth Morales nos regaló estas sillas altas que ya tienen su cajón con llave”.
De la plaza a Lerdo a Caxa y de la central al parque Juárez, así ha sido la movilidad de los hermanos que con su labor contribuyen a mantener vivo un oficio.
Texto del redactor Luis Nieto refiere que los boleros, auténticos limpiadores y lustradores del calzado de los mexicanos, se han ganado la vida en las calles del país durante más de un siglo.
Analiza que a pesar de ser un oficio con más de cien años de historia y contribuciones sociales, económicas y culturales para la vida de los mexicanos, parece ser que se encuentra en un momento de crisis, entre ellas, las nuevas generaciones y la pandemia.
En el caso de los hermanos veracruzanos, en la contingencia sanitaria se vieron obligados “a buscar el pan a como se pudo”.
“Llegamos un día y el parque estaba cercado. Ya no pudimos entrar. Los supuestos 40 días se convirtieron en un año y dos meses. Tuvimos que salir a ‘chacharear’, a vender en la calle y en los tianguis”.
Hasta hoy, Víctor, que es descrito como más inquieto, todavía se da sus escapadas. Sale a vender un rato para luego reincorporarse a la boleada. José Alberto acepta ser más tranquilo. No se aburre, disfruta ver pasar el tiempo y a la gente por el principal parque de la ciudad.