Úrsulo Galván, Ver.- Combinando un bravo mar azul y montañas de arena que se mueven con el paso del viento, la zona de Chachalacas, en el municipio de Úrsulo Galván tiene el potencial para convertirse en uno de los puntos turísticos más importantes del país.
Sin embargo, a decir de los empresarios y comerciantes de la zona, lejos de consolidarse entre los visitantes locales, nacionales e internacionales; de unos años a la fecha se ha ido desdibujando del mapa turístico debido a factores como la falta de promoción, la necesidad de infraestructura hotelera y vida nocturna, pero sobre todo, por la crisis económica y de seguridad que se vive en la entidad.
Es jueves por la tarde. Aunque es octubre, la temperatura en la región supera los 35 grados y el agua luce cristalina. Pareciera la tarde perfecta para visitar Chachalacas, pero en la zona de playas hay menos de 10 personas. “Estamos conscientes de que es temporada baja, pero esta temporada se está pasando de baja”, asegura Ramona, empresaria restaurantera, mientras espera sentada a los clientes que no llegan.
Desde la silla que ocupa en el restaurante “Las huellas del señor”, la mujer puede ver hacia el mar y mantener control de los coches que van llegando por la avenida principal, pero ambas zonas lucen vacías. Los taxis que entran traen a la misma gente de la zona. No hay ni un solo turista comiendo en su negocio. “Nosotros aquí seguimos montados en el barco, si se hunde, nos hundimos con él”, señaló.
Aunque lo que pedimos es que nos echen una ayudita para no hundirnos todos en Chachalacas
La “ayudita” que pide Ramona es una campaña de publicidad por parte de los gobiernos municipal, estatal o federal para proyectar a Chachalacas como un destino turístico completo. Y es que, la combinación de playas, río y dunas de arenas pueden resultar atractivos para visitantes de todas las edades y todos los gustos. “Aquí en Chachalacas se divierten todos, desde los que quieren estar tranquilos viendo la playa, hasta los que quieren lanzarse en motonetas desde lo alto de las dunas. Eso es lo que queremos que los demás vean, que es un gran destino”, dijo.
En la calle principal decenas de meseros y comerciantes compiten por los pocos clientes. “Aquí, aquí, les damos precio”, “Le acomodamos la mesa ahí frente al mar, sin consumo mínimo”, “Tenemos promoción de dos micheladas por 80 pesos, más sabrosas que en cualquier otro lugar”. Todos intentan que la gente escoja su negocio.
Erasmo es uno de los meseros que con carta en mano ofrece los platillos típicos y lugares con vista al mar. Con su facilidad de palabra y la estrategia de pararse casi a media calle consigue que la gente le preste atención, pero no siempre logra que consuman. “La afluencia de gente pues no hay, incluso en las temporadas vacacionales hemos salido a raya y en temporadas bajas como ahorita no hay nadie. Hay días en que no llega un solo cliente entre semana y unas cuantas mesas en el fin de semana”, explicó.
Además, aclaró que la poca gente que llega trae el presupuesto tan limitado que incluso una familia completa llega a consumir alrededor de 200 pesos por todo el día, ya que la mayoría trae comida y bebidas para no gastar.
Aunado a la crisis económica y la falta de publicidad de esta región, habitantes aseguran que el abandono del Hotel Chachalacas representó un duro golpe para la región que hace más de una década aprovechaba la afluencia que este lugar tenía. Y es que, aunque el hotel sigue en operaciones, la falta de mantenimiento lo hace lucir poco atractivo.
El letrero de la entrada aún anuncia los precios de entrada al parque acuático que se ubicaba en el interior del hotel: 110 pesos adultos/ 80 pesos niños. Sin embargo, basta con asomarse para dar cuenta que los toboganes han perdido su color y nadie visita ya la alberca de olas.
“Eso también le dio para abajo a Chachalacas porque antes el hotel era el que traía a gente incluso de otros países a visitar la zona, pero ahora nada. Y si a eso le suma usted la inseguridad y lo mal que se habla de Veracruz en otros estados, pues ha dado al traste”, explica Ramón, un vendedor solitario que ofrece cocos fríos en una vieja carretilla de albañilería."La verdad es que sí hace mucha falta que nos volteen a ver para acá”, concluye antes de seguir su camino bajo el sol de la tarde.