Con información sobre el feminismo en Lengua de Señas Mexicanas (LSM), Adriana González Valera busca empoderar a jóvenes y adultas con discapacidad auditiva y darles a conocer sus derechos. Para la mujer de 45 años, el feminismo llegó como una forma de canalizar la rabia contenida durante más de 30 años tras haber sido víctima de abuso sexual siendo niña.
Aunque no nació sorda, a los 9 años comenzó a perder la capacidad auditiva y para los 20 ya escuchaba sólo el 40 por ciento. Esto provocó que se aislara aún más y que sufriera otro tipo de abusos que van desde la violencia institucional por la falta de traductores en sitios públicos; la violencia económica y psicológica de su expareja que no la creía apta para cuidar a sus hijos e incluso, violencia física en las calles con personas que la han empujado de las banquetas porque no escuchó que le pedían permiso para rebasarla.
Adriana encabezó el pasado 8M a un grupo de mujeres sordas que marcharon por las calles de Xalapa para exigir el respeto a sus derechos y el alto a la violencia de género. Desde días antes, ella y su hija se dieron a la tarea de traducir las consignas feministas a la lengua de señas de tal forma que ellas se sientan integradas a un movimiento que busca visibilizar la violencia contra las mujeres.
LA CULPA NO ERA MÍA
A los 12 años, Adriana González Valera sufrió abuso sexual por un miembro de su familia, aunque en su momento denunció lo que había pasado fue silenciada por sus familiares. Durante muchos años vivió con la sensación de que había sido su culpa o de que de alguna forma “había provocado” a su agresor.
Fue hasta hace unos años cuando conoció el performance “Un violador en tu camino”, creado por el colectivo chileno La Tesis, que entendió que ella no hizo nada para provocar el abuso y pudo comenzar a procesar el hecho de que el hombre que abusó de al menos dos mujeres más no recibiría castigo por lo que hizo.
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“Yo crecí con ese enojo de que no se hizo nada y que nadie me apoyó porque cuando confesé lo que había pasado me dijeron que iba a echar a perder un matrimonio. Me acuerdo que cuando decía que quería que lo castigaran (al culpable) que me decía Dios sabe lo que hizo y que se iba a encargar, pues a mi Dios no me hizo justicia porque se murió el señor y nunca lo vi pagar”, narra.
Hoy la mujer sorda se asume como feminista y está convencida del poder que tiene la organización de las mujeres para evitar este y otro tipo de abusos. Reconoce que el sentimiento de hartazgo la llevó a documentarse más sobre el movimiento y que en ese momento la rabia la transformó en acción para evitar que la violencia se perpetúe y alcance a una nieta suya. “Mi hija padeció también abuso y esa fue la gota que derramó el vaso. Recuerdo que me prometí tener mucho cuidado con ella porque no quería que pasara por lo mismo y en un momento me descuidé y le pasó. Es cuando decido que no quiero ver a una nieta mía violentada, no estoy dispuesta a soportarlo”, asegura.
En marzo del 2020, Adriana se enteró de la marcha por el Día Internacional de las Mujeres y decidió participar por primera vez. Pero no lo hizo sola, sino que se dio a la tarea de hablar con sus amigas y compañeras sordas y explicarles a grandes rasgos el movimiento feminista para que la pudieran acompañar, aunque reconoce que le ganó el tiempo y no pudo traducir las consignas que grita el contingente. “Cuando tu traduces algo a LSM primero tienes que ayudar a la persona sorda a que entienda el contexto, que sepa los conceptos porque no podemos solo enseñarlo para que se lo aprendan mecánicamente, sino que aprendieron”.
Pese a las dificultades, ocho mujeres sordas marcharon junto al contingente violeta que inundó las calles de Xalapa el 8 de marzo de 2020. Cuenta que fue su hija la que fungió como intérprete para ella y que ella a su vez les narraba a las demás mujeres lo que estaba pasando y que, “aunque no entendían muchas cosas”, sintieron la emoción que este tipo de movilizaciones generan. “Marchamos juntas y eso valió la pena”.
En 2021, la pandemia de Covid-19 y la falta de trabajo evitó que Adriana se pudiera organizar con su grupo de mujeres. Además, reconoce que, durante los meses previos a la marcha, comenzaron a circular videos en los que se desvirtuaba la lucha feminista y se hacía fama a las mujeres de “violentas que quieren matar niños” lo que generó temor en muchas. “Muchas sordas como que se echaron un paso atrás, pero fue ignorancia porque no estaban entendiendo qué pasaba”.
Por tercera ocasión, Adriana volvió a marchar ahora agrupada en un contingente de mujeres con discapacidad. Lo hizo, asegura, por las mujeres con discapacidad motriz que no pudieron correr de sus agresores, por las mujeres ciegas que no pudieron ver, las sordas que no pudieron oír y las mudas que no pudieron gritar.
Y es que, reconoce que durante su trabajo con niñas, adolescentes y mujeres sordas le ha tocado conocer casos de abusos que nunca fueron denunciados o que fueron minimizados debido a la condición de discapacidad de las víctimas y la falta de traductores en Lenguaje de Señas Mexicano de las autoridades.
VIOLENCIA PEGA MÁS FUERTE A MUJERES CON DISCAPACIDAD
Adriana, quien actualmente trabaja como instructora comunitaria del Lenguaje de Señas Mexicanas, asegura que la violencia de género en las mujeres con discapacidad es más fuerte. Y es que, a los abusos sufridos por sus parejas o familiares se suma la imposibilidad de comunicarlos e incluso, la falta de acceso a la justicia ya que los juzgados de la entidad no cuentan con interpretes ni información jurídica en LSM.
Detalla que durante las jornadas de alfabetización y en los eventos con mujeres sordas ha notado que el maltrato y la violencia comienza desde el noviazgo, sobre todo en aquellos casos en los que las mujeres son sordas y sus parejas varones son oyentes. Cuenta que muchas adolescentes sordas viven en familias en las que nadie conoce la lengua de señas por lo que les es imposible establecer comunicación y denunciar casos de abusos. “Hay muchas jóvenes que aguantan violencia porque tienen miedo de que el novio las deje por ser sordas o que nadie más las vaya a querer y es ahí cuando les hago ver lo mucho que valen y que no tienen que soportar a nadie”.
Adriana asegura que en las propias comunidades la han acusado de “abrirles los ojos” a las mujeres sordas o de buscarles problemas con sus maridos, sin embargo, esto no le ha impedido llegar a ellas y explicarles sobre sus derechos. “Yo prefiero verlas solas que todas moreteadas o siempre embarazadas (…) yo les digo a ellas que no tienen por qué aguantarles violencias y que si las dejan pueden trabajar para mantenerse ellas y sus hijos”.