/ domingo 23 de febrero de 2020

Cuando el muerto de la habitación de motel xalapeño se me apareció

Tiempo atrás, en vida, Matías había amenazado a Juanjo de muerte, de hecho, tenía problemas con todos en el barrio

"Te digo que sí era él. De verdad, por diosito que no estaba borracho. Mira, lo vi parado, de espaldas, primero mirando hacia el horizonte, hacia ningún lado y después se volteó a ver la imagen de la señora de delantal verde, con rostro moreno y surcos de arrugas en la cara".

-No le dijo nada, pero parecía que ella lo estaba regañando. Luego, cuando me restregué los ojos para verlos mejor, ya no estaba, pero sí era él, te lo juro por diosito.

—Ya, Juanjo, deja esa botella, vente, te voy a llevar a tu casa para que descanses, pero primero vamos a pasar con “El Grillo” o con “El Compita”, para que te chingues unos chicharrones, con esa salsa verde tan picosa que al primer bocado te devuelve el alma al cuerpo. No es para menos, hombre, de verdad que eres de carrera larga.

Pálido por la borrachera o por la impresión que le había causado ver a Matías, me lo llevé casi a rastras de esa antigua fábrica de cuyas paredes aún escurría sangre e historia y que por las noches, acariciadas por luces estrambóticas, podrían dar testimonio de encuentros entre colonos que buscaban la oscuridad para liberar pasiones reprimidas.

II

Cualquier muerte es lamentable, me dijo Sofía, mientras apuraba al comal de la estufa las tortillas de maíz negro que cada mañana me hacía.

Desde la noche que se enteró de la muerte de Matías, no quiso decirme nada. Sabía que me había amenazado de muerte y que tenía problemas con todos en el barrio.

—Sí, falleció anoche. Me dijo su primo cuando me lo encontré en la tienda de don Marce. Pensé que era un chisme, pero no, lo trajeron en la madrugada, ya lo están velando. Sé que odiaba a todos. Estaba desequilibrado. Ojalá que descanse en paz, comentó mientras me ponía a la mesa los huevos en salsa roja que tanto me gustan.

No le hice ningún comentario ni le dije que Juanjo lo había visto en la antigua fábrica ni que se me había erizado la piel cuando un aire helado nos persiguió mientras buscábamos la puerta de salida de ese viejo edificio.

Al cruzar el umbral me salió del pecho un padrenuestro. No sé si era por miedo o para Matías, pero lo recé sin ganas, como deseando que Dios no me escuchara. Aunque sí, tiene razón mi Sofía, ojalá Matías descanse en paz.

III

Esa tarde Matías salió de su casa y se encerró en un Motel de la Avenida Lázaro Cárdenas. Nadie lo buscó, porque solía desaparecer por mucho tiempo.

A media mañana del otro día, la mujer encargada del aseo lo encontró inerte, con los ojos abiertos, mirándose en los espejos del cielo de esa cama que tantos cuerpos apasionados había recibido.

Primero gritó y luego corrió a la recepción para avisarle a su gerente que estaba un hombre muerto en la habitación 112.

En el buró, al lado de esa cama con colchón de agua, encontraron una nota en donde explicaba las razones de su decisión de quitarse la vida.

¿Qué pasó por su cabeza? ¿Qué dolor traía atravesado? ¿Qué angustia aprisionaba su pecho? Nadie sabe lo que cruzó por su mente, ni las razones que se esgrimió para arrancar, de un tajo, el alma de su cuerpo.

IV

Cuando abrí el Diario de Xalapa, encontré ahí la nota con el titular en negritas. “Lo encuentran muerto en habitación de hotel, en Xalapa”.

Leí con calma cada palabra y cada renglón. “La tarde de ayer elementos de la Policía Estatal fueron alertados sobre la presencia de una persona muerta en una de las habitaciones del hotel María Enriqueta, por lo que llegaron junto con los agentes ministeriales que confirmaron el reporte”.

“Se indicó que en una de las habitaciones fue encontrado por el personal del lugar el cadáver de un varón, identificado como Matías ‘N’, de 30 años de edad, sin vida. Presuntamente se habría quitado la vida y dejó un recado póstumo del que no se reveló su contenido. El cuerpo fue llevado al Semefo para la necrocirugía de rigor”.

Cerré el ejemplar y lo acomodé al lado de mis periódicos y revistas especiales, programadas para releer algún día.

Al lado, en la casa de Matías, la familia aún lloraba. Yo no sentí nada. Me odiaba y nos odiaba a todos en el barrio.

Intenté rezar nuevamente un padrenuestro pero ya no pude. Desde la radio, Los Cojolites, rasgaban sus jaranas y me puse a tararear… “Mi mamá me dijo, que sembrara flores, que saliera al campo a buscar amores”…

"Te digo que sí era él. De verdad, por diosito que no estaba borracho. Mira, lo vi parado, de espaldas, primero mirando hacia el horizonte, hacia ningún lado y después se volteó a ver la imagen de la señora de delantal verde, con rostro moreno y surcos de arrugas en la cara".

-No le dijo nada, pero parecía que ella lo estaba regañando. Luego, cuando me restregué los ojos para verlos mejor, ya no estaba, pero sí era él, te lo juro por diosito.

—Ya, Juanjo, deja esa botella, vente, te voy a llevar a tu casa para que descanses, pero primero vamos a pasar con “El Grillo” o con “El Compita”, para que te chingues unos chicharrones, con esa salsa verde tan picosa que al primer bocado te devuelve el alma al cuerpo. No es para menos, hombre, de verdad que eres de carrera larga.

Pálido por la borrachera o por la impresión que le había causado ver a Matías, me lo llevé casi a rastras de esa antigua fábrica de cuyas paredes aún escurría sangre e historia y que por las noches, acariciadas por luces estrambóticas, podrían dar testimonio de encuentros entre colonos que buscaban la oscuridad para liberar pasiones reprimidas.

II

Cualquier muerte es lamentable, me dijo Sofía, mientras apuraba al comal de la estufa las tortillas de maíz negro que cada mañana me hacía.

Desde la noche que se enteró de la muerte de Matías, no quiso decirme nada. Sabía que me había amenazado de muerte y que tenía problemas con todos en el barrio.

—Sí, falleció anoche. Me dijo su primo cuando me lo encontré en la tienda de don Marce. Pensé que era un chisme, pero no, lo trajeron en la madrugada, ya lo están velando. Sé que odiaba a todos. Estaba desequilibrado. Ojalá que descanse en paz, comentó mientras me ponía a la mesa los huevos en salsa roja que tanto me gustan.

No le hice ningún comentario ni le dije que Juanjo lo había visto en la antigua fábrica ni que se me había erizado la piel cuando un aire helado nos persiguió mientras buscábamos la puerta de salida de ese viejo edificio.

Al cruzar el umbral me salió del pecho un padrenuestro. No sé si era por miedo o para Matías, pero lo recé sin ganas, como deseando que Dios no me escuchara. Aunque sí, tiene razón mi Sofía, ojalá Matías descanse en paz.

III

Esa tarde Matías salió de su casa y se encerró en un Motel de la Avenida Lázaro Cárdenas. Nadie lo buscó, porque solía desaparecer por mucho tiempo.

A media mañana del otro día, la mujer encargada del aseo lo encontró inerte, con los ojos abiertos, mirándose en los espejos del cielo de esa cama que tantos cuerpos apasionados había recibido.

Primero gritó y luego corrió a la recepción para avisarle a su gerente que estaba un hombre muerto en la habitación 112.

En el buró, al lado de esa cama con colchón de agua, encontraron una nota en donde explicaba las razones de su decisión de quitarse la vida.

¿Qué pasó por su cabeza? ¿Qué dolor traía atravesado? ¿Qué angustia aprisionaba su pecho? Nadie sabe lo que cruzó por su mente, ni las razones que se esgrimió para arrancar, de un tajo, el alma de su cuerpo.

IV

Cuando abrí el Diario de Xalapa, encontré ahí la nota con el titular en negritas. “Lo encuentran muerto en habitación de hotel, en Xalapa”.

Leí con calma cada palabra y cada renglón. “La tarde de ayer elementos de la Policía Estatal fueron alertados sobre la presencia de una persona muerta en una de las habitaciones del hotel María Enriqueta, por lo que llegaron junto con los agentes ministeriales que confirmaron el reporte”.

“Se indicó que en una de las habitaciones fue encontrado por el personal del lugar el cadáver de un varón, identificado como Matías ‘N’, de 30 años de edad, sin vida. Presuntamente se habría quitado la vida y dejó un recado póstumo del que no se reveló su contenido. El cuerpo fue llevado al Semefo para la necrocirugía de rigor”.

Cerré el ejemplar y lo acomodé al lado de mis periódicos y revistas especiales, programadas para releer algún día.

Al lado, en la casa de Matías, la familia aún lloraba. Yo no sentí nada. Me odiaba y nos odiaba a todos en el barrio.

Intenté rezar nuevamente un padrenuestro pero ya no pude. Desde la radio, Los Cojolites, rasgaban sus jaranas y me puse a tararear… “Mi mamá me dijo, que sembrara flores, que saliera al campo a buscar amores”…

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