En una fría noche de 1965, Jorge Gómez Ortega y su cuñado Manolo Córdova Rodríguez llegaban a su domicilio cito en la calle Centroamérica 44 de la colonia Francisco I. Madero a eso de la una de la mañana. Uno fogonero de caminos y el otro conductor de tren de Ferrocarriles Nacionales de México, apenas entraron a su casa y se preparaban para tomarse un café cuando vieron pasar por su ventana una silueta de mujer que les heló la sangre y les enchinó la piel, ya que no era posible que alguna dama pasara por su departamento a esa hora.
Aún con el temor, se asomaron a la calle pensando que podría ser alguna vecina, y vieron la figura de la mujer como si flotara en el aire a ras del suelo que daba vuelta hacia la calle de Honduras, entonces escucharon claramente un aullido de dolor que decía “Ay mis hijos”, lo que les confirmó quién había sido su visitante esa noche.
Por la calle de Honduras pasaba un riachuelo que venía de la Represa del Carmen, desde la colonia Salud de esta ciudad, por lo que en la esquina con Guatemala había unos lavaderos colectivos que eran utilizados por las mujeres de esa colonia, ahí varios vecinos que llegaban tarde del trabajo o venían de alguna fiesta aseguran haber visto la sombra de esa mujer, sentir su presencia y escuchar sus lamentos por haber perdido a sus hijos.
En Xallitic, en el centro de Xalapa, donde hasta la fecha también existen unos lavaderos colectivos, cuenta la tradición oral que desde los tiempos de la Colonia y hasta nuestros días, esporádicamente, más o menos a la medianoche se aparece la llorona.
Ahí la dama citada acostumbra deambular por las noches. Dicen quienes la vieron y han vivido para contarlo, que pasaban por ahí luego de alguna juerga o cuando se les hacía tarde en la casa de algunos amigos y al ver la silueta de la mujer pensaban que se le había hecho tarde lavando, lo que no era descabellado, por lo que al pretender acercarse para entablar charla con ella, lo primero que escuchaban eran extraños ruidos, lamentos y suspiros. Ella, toda vestida de blanco, en la negrura de la noche y la clásica neblina xalapeña, daba la impresión que flotaba en el aire.
Se le describía como una mujer de gran belleza, muy alta y de una abundante y negra cabellera negra que reposaba sobre sus hombros, quienes se acercaban a ella sentían cómo una bufanda caliente y viscosa les envolvía el cuello y por el tremendo impacto emocional caían sin vida en las frías lozas coloniales de los lavaderos.
No todos murieron, algunos sólo se desmayaron y vivieron para contar su vivencia, que en mucho se parece a la de los vecinos de los lavaderos de Ruiz Cortines, donde también hasta nuestros días se ve por las noches a una mujer vestida de color blanco y larga cabellera que emite guturales sonidos de dolor y lamento, entre lo que han alcanzado a escuchar es “Ay mis hijos”.
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