No me domestiques, le dijo Pixtli, el zorrito, a Ángel Luis, en la UMA Yolihuani, de la comunidad Paso del Ingenio, municipio de Ángel R. Cabada.
Ángel lo miró con cariño, como se mira a una persona que se ama. No me domestiques, por favor, insistió Pixtli, el zorrito que llevaba siete meses en ese lugar, luego de que su madre fuera asesinada por unos cazadores.
—¿Por qué no quieres ser domesticado?, preguntó Ángel Luis, recordando al viejo zorrito francés que un día le pidió a un Principito ser domesticado. Domesticar, añadió Ángel, es tejer vínculos, lazos, emocionarse por la espera, por saber que iré a verte, que estaré ahí contigo en el pensamiento, sintiendo el palpitar de tu corazón.
—Sí, sí, sí, también leí eso, dijo Pixtli. Pero para muchos domesticar es “poseer”, “atrapar”, “tener en manos”, “hacerte dueño” y yo no quiero eso, yo soy un zorro y el zorro no tiene dueño, es un animal libre que vive en el bosque y la selva, que no necesita permisos.
—Sí, lo entiendo, interrumpió Ángel, pero lo que yo quiero es ayudarte.
—Siempre se ayuda a cambio de algo, nunca desinteresadamente, interrumpió Pixtli. El que ayuda espera reciprocidad. Yo te doy, tú me das.
—Me estás confundiendo querido zorrito.
—No te confundo, así son los seres humanos. Dependientes de la domesticación, deberían aprender sobre la libertad del otro, del que está enfrente o a su lado. Si domésticas, deberías de creer en la libertad del otro, en su individualidad y dejarlo correr en el llano, disfrutando de la brisa matinal o del sol del atardecer.
—Pero tú eres libre Pixtli.
—Eso quieres, que sea libre, y me cuidas y proteges, pero al final quieres mi cariño y agradecimiento.
—No, no, no estoy pensando en eso.
—Sí lo estás, porque es tu naturaleza. Porque ustedes domestican poseyendo y el domesticado se siente vinculado, poseído, comprometido. En parte no está mal, pero ¿y la libertad? Yo prefiero la selva de Los Tuxtlas, correr entre matorrales, esconderme de los cazadores, a la seguridad de la domesticación.
Ángel calló. Lo vio con cariño, como uno ve a las personas que ama y entendió la complejidad de la libertad y de la domesticación.
Sabía que Pixtli tenía que irse, abandonar la UMA Yolihuani para disfrutar la libertad en su hábitat natural.
—No me domestiques, insistió el zorrito.
Ángel entendió la vehemencia de Pixtli y le soltó la correa, el lazo más cercano que los unía.
Antes de irse, el zorrito miró a Ángel con cariño, como uno vea a las personas que ama, pero insistió:
—Domesticar también es colonizar. Cuando domesticas quieres imponer tu visión de ti mismo, tu perspectiva, tu mundo. Sé que así funcionan las cosas pero no tienen por qué ser así. Si de verdad amas, respeta al otro, su individualidad, su visión, su libertad y no intentes colonizarlo.
—Colonizar, insistió, esa es la gran tentación de unos sobre otros. Los padres quieren colonizar a sus hijos, los hermanos a los hermanos, los maestros a sus alumnos, como si el mandamiento fuera colonizaos los unos a los otros. Por eso la libertad es tan compleja, la que uno ejerce y la de los otros.
Y fíjate, hasta Dios ha respetado siempre la libertad de los seres que creó.
A ti te gustaría que yo te dijera, como el viejo zorro francés del Principito que si me domesticas “tendremos necesidad el uno del otro; tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo”.
Pues seamos únicos, pero respetando nuestra libertad, nuestra individualidad, nuestra otredad. Tejamos lazos, tejamos vínculos, necesidades, pero que éstas siempre respeten nuestra libertad, lo que cada uno de nosotros somos, sin poseer, sin someter, sin apoderarnos del que está enfrente, de quien es nuestro próximo, nuestro prójimo.
Ángel se quedó sorprendido y vio como a lo lejos, Pixtli se internaba en la selva de Los Tuxtlas mientras un viento fresco acariciaba los árboles de Yolihuani.