"Desde la familia y el matrimonio hasta los zapatos, ahora la mayoría de las personas ve todo como desechable; yo creo que hay muchas cosas que valen el esfuerzo, el trabajo, la segunda oportunidad…", expresa don Enrique Gaspar, quien durante 64 años se ha dedicado a la reparación de zapatos.
Originario de Misantla, Veracruz, es descendiente de una familia de campesinos y su llegada a Xalapa se dio hacia finales de 1950, cuando apenas era un niño de ocho años.
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¿Dónde se ubica el taller de don Enrique Gaspar?
Tras el mostrador de “El buen precio”, su taller ubicado en la calle Francisco Rivera número 116, en la colonia Obrero Campesina, recuerda con alegría su primera impresión de la capital del estado.
A diferencia de su tierra natal, encontró varios talleres donde hacían zapatos, y se puso a trabajar. Primero con el naolinqueño José Castro, famoso en la década de los 60 por su negocio ubicado en la calle Guerrero.
Después empezó con Monterrosa, en Revolución, juntito a la antigua terminal del AU. Todo iba bien –dice– pero la creación del Seguro Social marcó un antes y un después en Xalapa en lo que a zapatería se refiere.
“Por no dar de alta a los trabajadores, muchos buscaron otros lugares y también hubo quienes se fueron a trabajar para lo que ahora es Laguna Verde; eran finales de los 70”.
Don Enrique emprendió el viaje y estuvo en Emilio Carranza, pero en 1982 nuevamente volvió a Xalapa e instaló su propio establecimiento, con la particularidad de que durante 41 años ha estado pintado de color azul, tanto en el exterior como en el interior.
Allí, en víspera del 15 de julio, cuando cumplirá 74 años de vida, atiende a sus clientes con una sonrisa y un peinado impecable. También mantiene su ropa limpia, resguardada por un largo mandil. Sus manos son las que hablan de su oficio…
¿Qué otros objetos arregla don Enrique Gaspar?
Manchas de tinta y restos de pegamento se logran ver en el hombre que ha pasado prácticamente toda su vida rodeado de zapatillas, tenis, botas, mocasines, bolsos de mano, mochilas, chamarras y muchos otros artículos en espera de ser nuevamente funcionales.
A la renovadora de calzado llegan clientes que se han hecho amigos. También quienes de niños o niñas acompañaban a algún familiar al taller y ahora, como personas adultas, lo hacen como parte de una tradición.
No sabe si es por su empeño o por el aprecio de sus clientes, pero don Enrique dice aún poder vivir como zapatero. Siempre tiene trabajo, pendientes que entregar, fechas agendadas, clientes que lo esperan.
“Maravilloso, ha sido maravilloso dedicarme a ver algo roto, descocido, sucio, despintado y luego dejarlo con otra imagen, listo para otra batalla. Eso me da mucha satisfacción, saber que puede haber arreglo…”.
Las palabras de don Enrique son aplicables a su vida. Para él es importante la familia, su hija Francis y sus hijos Sergio y René, y comparte con orgullo que no ha sido fácil pero tiene 54 años de casado con María Guadalupe López.
Con su compañera de vida dice tener también su casita azul, y no, no todo ha sido felicidad, “ha habido disgustos, adaptarse y sobrellevar las diferencias, y también llevarse sorpresas. Nosotros tuvimos cuatro hijos, pero uno falleció…”.
¿En qué días y horarios labora?
Hombre de lucha, dice que lo desechable no va con él. Los años que le queden piensa seguir trabajando de lunes a viernes, de 8 de la mañana a 18 horas, y los sábados de 8 a 15 horas, aunque él llega mucho más temprano.
El amor que don Enrique le tiene a su oficio es compartido con sus hijos Sergio Enrique y René, quienes le dan continuidad a esta práctica artesanal. Igual que su padre, dicen tener el compromiso de que sus clientes se vayan contentos de haber dado una segunda o hasta tercera oportunidad.