La alegría de los discípulos. En este día, 31 de mayo de 2020, celebramos el Domingo de Pentecostés, Ciclo A, en la liturgia de la Iglesia Católica.
El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (20, 19-23) cuyo inicio dice: “Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz esté con ustedes’.
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría”. El escenario es el mismo lugar de la última Cena. La referencia a las puertas cerradas revela lo extraordinario de la aparición y el temor de los discípulos ante la inminente persecución de las autoridades judías. El saludo de paz es característico entre los judíos y significa desear el conjunto de todos los bienes que otorgan la felicidad. Jesús les muestra las manos y el costado como signos de su identidad y de su sacrificio en la cruz. Los discípulos se llenan de alegría porque ven cumplida la promesa que Jesús les había hecho en la última Cena: ‘Ustedes están tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie se la podrá quitar” (Jn 16, 22).
Reciban el Espíritu Santo. El texto evangélico prosigue: “De nuevo les dijo Jesús: ‘La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo’. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
La repetición del saludo de paz expresa la solemnidad del momento y preludia el envío misionero que Jesús hace a sus discípulos, fundamentado en el envío que él recibió de su Padre Dios. La misión que Jesús encomienda a sus discípulos se especifica con la donación del Espíritu Santo para el perdón de los pecados.
El gesto de soplar sobre ellos es una forma simbólica de representar la efusión del Espíritu Santo por parte del Resucitado. En la Misa Crismal, el obispo utiliza ese mismo gesto sobre el ánfora del aceite de oliva mezclado con perfumes aromáticos, antes de pronunciar la plegaria para consagrarlo como Santo Crisma. Éste se utiliza en algunos Sacramentos como el Bautismo, la Confirmación y el Orden Sacerdotal. Ungir con el santo Crisma significa consagrar las personas, los templos y los altares. El poder de perdonar los pecados es un don maravilloso concedido a la Iglesia y se concretiza en el Bautismo, la Confesión, la Eucaristía y la Unción de los enfermos.
La identidad del Espíritu Santo. Se trata del nombre propio de la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Jesús lo llama Espíritu Paráclito, Consolador, Abogado y Espíritu de verdad. El Nuevo Testamento lo presenta como Espíritu de Cristo, del Señor, de Dios Padre, de la gloria y la promesa. Creer en el Espíritu Santo es profesar la fe en la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Algunos símbolos con los que se representa el Espíritu Santo son: el agua viva, que brota del corazón traspasado de Cristo y sacia la sed de los bautizados; el santo crisma que se usa en el Bautismo, la Confirmación y la Ordenación Sacerdotal; el fuego, que transforma todo lo que toca; la nube oscura y luminosa, en la que se revela la gloria divina; la imposición de las manos, por la que se transmite el Espíritu; y la paloma, que baja sobre Cristo en su bautismo y permanece en él. El Espíritu Santo edifica, anima y santifica a la Iglesia, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Cristo la vida misma de la Trinidad Santa. El Espíritu Santo ha sido enviado a nuestros corazones (Gál 4,6), a fin de que recibamos la nueva vida de hijos de Dios.