Xalapa, Ver.- A los 18 años, Guillermo era un joven deportista que gustaba mucho de practicar futbol. A esa edad empezó a consumir alcohol para tratar de encajar en su grupo de amigos. Poco a poco fue probando varias sustancias que le llevaron a tener que entregar “paquetes” para tener acceso a las sustancias a manera de pago en especie.
Fue hasta diez años después, que una mañana al verse en el espejo con diez kilos menos, le dio vergüenza su aspecto. “Me veía mal, en condiciones deplorables”, fue entonces cuando se dijo “ya estuvo” y fue a ver a un psicólogo y luego a un psiquiatra. Hoy tiene casi tres años limpio.
Guillermo pensaba que el consumo de drogas no repercutían en su salud, ya que podía seguir jugando con la misma fortaleza que antes y además le permitían estar despierto por muchas horas para continuar con sus estudios de ingeniería industrial.
El consumo de drogas, tanto permitidas como ilegales, dice, le hacían sentir más popular, más aceptado y a encajar en determinado círculo de amigos. Quizá la soledad, la separación de su pareja lo hizo sentirse muy solo, incapaz y quiso sentirse bien. Fue entonces que conoció al grupo de amigos, que tratando de ayudarle le proporcionó las drogas.
Empezó con el alcohol, para luego pasar a fumar marihuana, que de las drogas es la más noble porque no causa adicción, dice. Ésta le hacía sentirse deshinbido, contento y empezó a combinar ya no sólo alcohol y marihuana, y como a los 23 años se inició en el consumo de cocaína.
Para tener acceso a ésta no se requiere tener tanto dinero, afirma, más bien buenas relaciones sociales, ya que siempre habrá quién la invite. Aunque también le obligó a hacer ciertos trabajos como llevar “paquetes”, por los que no recibía dinero en efectivo, sino mercancía. La coca la ocupó para terminar su carrera, pues le mantenía despierto la mayor parte del tiempo, tanto que en un mes llegó a dormir sólo tres o cuatro horas.
Así estuvo como cinco años, pero la coca ya no era suficiente y pasó a experimentar con las metanfetaminas, drogas siete veces más fuertes que la coca, que le hacían perder el control, el hambre, la sed, así como perder la satisfacción que dan la comida e incluso el sexo. A estas alturas ya no necesitaba nada de eso para sentirse bien.
Por ese entonces trabajaba y estudiaba, por lo que a pesar de todo se enfocó en terminar su carrera, lo que logró, sin embargo, también fue cuando se dio cuenta de lo mal que se veía, lo que le dio mucha vergüenza y decidió salir por sus propios medios, pues ya nadie creía en él. Le costó mucho, tanto que no se puede cuantificar, dice.
UN DÍA A LA VEZ
Guillermo perdió tiempo que no se recupera nunca, su juventud, salud y dignidad. También perdió ver crecer a su hijo, no pudo disfrutar de su infancia. Asimismo, resultó muy afectada su relación con su madre, a quien no podía engañar, pues sus adicciones eran más que obvias. Perdió la confianza de su familia.
También perdió amigos, quienes no pudieron salir para contarla y murieron ya por inanición o por un mal golpe cuando empezaban a convulsionar o al pescar una anemia terminal.
Cuando uno prueba las drogas se libera la dopamina que hace que el sujeto se sienta bien, contento, que lo puede hacer todo. En ese momento no necesitaba cariño, comer ni tener relaciones sexuales, pero mi aspecto era demacrado, tenía diez kilos menos. De repente me daba hambre, lo que me llevó a convulsionar porque no comía ni tomaba agua
Hasta la fecha, Guillermo olvida algunas cosas, le dan crisis de ansiedad; cuando ve la cocaína, ya sea en películas o real, siente cosquilleos, empieza a salivar y le dan ganas de salir corriendo.
Guillermo recayó algunas veces, luego de las cuales venía el arrepentimiento, pero poco a poco se le fueron yendo las ganas y ahora tiene ya casi tres años rehabilitado y ya no está en sus planes volver a consumirlas.
Indicó que se quedó sólo con el alcohol, pero sólo “un día a la vez”, concluyó.