I
Yo no entendía por qué Rodrigo, cada vez que podía, nos evadía para salir a tomar una copa. Sabíamos que ganaba bien, llevaba una vida austera, ordenada y no tenía problemas con el dinero. La mayoría pensaba que su esposa, Andrea, era muy exigente y le pedía estar siempre, a tiempo, en casa, pero no era así.
Cuando le insistíamos mucho, con palabras como “te pegan en tu casa”, “no tengas miedo”, “no seas coyón”, Rodrigo aceptaba ir con nosotros, se reía mucho, pero no pasaba de una copa, a pesar de todas nuestras burlas y amenazas.
Un día, en confianza y cuando yo llevaba unas diez cervezas entre pecho y espalda, me contó que su padre fue alcohólico y que sufrió mucho al lado de su madre y sus hermanos. —Sabes Juan, tú no te imaginas lo que significa ver llegar a tu padre en la noche, escuchar cómo golpea a tu madre y patea a tus hermanos. Te escondes debajo de la cama, contienes la respiración, esperando que lleguen hasta ti los golpes. Quisieras morirte en ese momento, desaparecer.
II
—No te olvides, papá, que hoy tienes que regresar por mí a las 10 de la mañana, porque tenemos que ir al Teatro del Estado, le dijo Elena el viernes 28 de febrero a Rodrigo cuando la dejó en las puertas de la escuela primaria "Francisco Ferrer Guardia".
—No, no, no te preocupes, lo tengo muy presente y ya pedí permiso, le contestó, mientras la veía alejarse y escuchaba las bendiciones y buenos deseos de los padres a sus hijos.
Antes de tomar rumbo hacia su trabajo, a Rodrigo le gustaba quedarse un rato, para escuchar las frases que padres y madres decían a sus hijos, al dejarlos en la escuela: “échale ganas”, “cuídate”, “pórtate bien”, “tú puedes campeón”, “te va a ir bien”, “eres el mejor”, “te va a ir muy bien”, “Dios te bendiga”.
¡Cuánta bondad!, pensaba Rodrigo y recordaba al sacerdote del barrio de El Dique que en la misa pasada había citado aquel pasaje bíblico en donde Jesús hablaba de las bondades de ser padre: ¿Qué padre hay entre ustedes que, si su hijo le pide un pescado, en lugar de un pescado le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión?
Si esta bondad, reflexionaba, se tradujera a la vida cotidiana, en el trato de unos con otros, otra cosa sería.
III
Elena estaba emocionada por su visita al Teatro del Estado y sobre todo, porque su “papi”, la acompañaba a ver esta obra gratuita dirigida por Ana Lucila Castillo y presentada por la compañía “Nosotros, ustedes y ellos”.
—Papá, no te vas a poder sentar conmigo, pero pon mucha atención, porque en la casa me vas a ayudar a contestar un guión que nos pidió la maestra ¡eh!, le dijo Elena.
Cuando se iluminó el escenario, Rodrigo pudo ver a lo lejos cómo Elena miraba absorta a los actores que recreaban un viaje en autobús de Yecuatla a Misantla, pasando por las peligrosas curvas que llevan por nombre las últimas letras del alfabeto, “X”, “Y” y “Z”.
La protagonista de la historia, Olga, una chica con voz muy chistosa, cuenta que es de Yecuatla, un poblado de Veracruz, ubicado a unos kilómetros al norte de Xalapa, en donde nació su mamá, su abuela y su bisabuela.
IV
En la trama de la historia, la chica descubre que se queda pasmada cuando algún chico le habla bonito. Entonces le zumban los oídos, se marea y se le nubla la vista. En la búsqueda por descubrir por qué se origina todo eso, llega con la Mujer Raíz, quien en un flashback la lleva al pasado para conocer la vida de su madre, abuela y bisabuela, a quienes les fue impuesto un destino, marcado por el maltrato y el menosprecio.
¿Sabes dónde tejen el destino?, le pregunta Olga a una araña que se encuentra en el camino y a la Mujer Raíz la interroga: “Soy Olga y quiero saber por qué las mujeres de este pueblo solo escuchan y no responden, por qué no se les permite llorar o estar en desacuerdo. ¿Quién está tejiendo un destino tan cruel para ellas?”
En la butaca del Teatro del Estado, Rodrigo estaba haciendo su propio viaje al pasado. Sabía que el pasado se hereda y pasa de generación a generación y por eso él había decidido no seguir los pasos de su padre ni repetir los maltratos en su esposa ni en sus hijos.
Cuando la obra terminó, Rodrigo tenía muy claro el mensaje: los hilos podridos del pasado se pueden romper y todos podemos tejer un nuevo destino, un destino en donde pueden reinar el respeto, la igualdad y la convivencia feliz.
—¿Te gustó la obra papá? Quiero que un día me lleves a Misantla, para conocer esas curvas que se llaman como las últimas letras del alfabeto, le dijo Elena a Rodrigo. —Sí, amor, este fin de semana vamos a ir, le contestó, mientras la abrazaba y la llevaba de la mano camino a casa.