De niña, luego de jugar entre los cafetales, La Nena, como le decía su padre, el patrón, le gustaba acercarse al jacal que los trabajadores usaban para comer su bastimento. Al principio se mostraba tímida, pero con el paso de los días tomó confianza para meter mano a las ollitas con tortillas bañadas en frijol negro, a las tortas de huevo y al pan del Resobado que sumergía en tazas de peltre azul o blanco.
Amira, una mujer de piel aceitunada y ojos grandes y profundos, que destacaba entre el grupo de mujeres que recogían café, le sonreía, tomaba su taza blanca, reluciente de peltre y le servía el humeante líquido, mientras se acomodaba un rebozo que era diferente a los que usaban las mujeres de la zona. —No es rebozo, se llama hiyab, le dijo un día, para explicarle que su madre, de origen árabe, se lo había regalado. La Nena no entendió, entretenida en su café con pan.
Pero fue ella, en esos cafetales coatepecanos, quien le sembró el interés por leer el café y las cartas del Tarot. Lo primero que hace el café es abrirte la menta, le decía. Luego, te puede ayudar a descubrir el presente, el pasado o el futuro. Mi madre lo aprendió de mi abuela y ella de su madre. Es una tradición ancestral, decía, mientras la pequeña miraba asombrada sus manos, sus ojos grandes, como del gato que tenía por mascota.
II
Cuando creció, La Nena llevó en lo mejor de su memoria esos encuentros con los trabajadores de la finca de su pueblo. Salió a estudiar a la capital y regresó para casarse. Su interés por la cafeomancia y el tarot se mantuvo, lo cultivó y lo perfeccionó. Sin embargo, lo mantenía un tanto oculto, porque las prácticas del cristianismo en la familia no se lo permitían. Sin embargo, en lo privado y con sus amigas, se sumergía en ese mundo fantástico, de adivinación y profecías.
La lectura de las cartas o del café, decía a sus amigas, viene de dentro. Está ahí, en cada uno de nosotros, pero hay que saber descubrirla. Una y otra vez, cuando sus amigas le pedían que les desvelara algún acontecimiento del futuro inmediato, La Nena no se equivocaba. En los restos del café había respuestas, sabiduría, conducción de la vida y en las cartas del Tarot estaba el futuro, los hechos por venir, la esperanza.
En la lectura del café, la Nena se volvió especialista. Aplicaba la lectura directa en la taza, el método de volcar los residuos en el plato o sobre un pañuelo blanco. En todo, aplicaba las lecciones de Amira, la mujer de la finca de su padre, quien un día desapareció de Coatepec, como si de un fantasma se tratara.
III
Con el Tarto también era buena, pero le tenía cierto temor y respeto. “Ya he visto cosas malas, cosas que no me gustan”, decía a sus amigas. Con todo, le apasionaba el carácter místico de las cartas, tanto de los arcanos menores como de los arcanos mayores. Los primeros, así se lo había enseñado Amira, ofrecían una visión panorámica, global, de las cosas, así como inicios y finales de ciclos. Los arcanos menores le ayudaban a determinar datos específicos del caso, el hecho o la persona que las consultaba.
Oros, copas, bastos y espadas le ayudaban a leer situaciones financieras, emociones, pasiones humanas y situaciones adversas. En la soledad de su casa, La Nena podía pasar horas y horas tirando, hurgando en el arte adivinatorio. Les dedicaba tiempo y dedicación y casi nunca se las leía a nadie que no fuera ella misma o sus amigas.
Un día, Alfonso de La Parra, el galán del pueblo, llegó a su casa con un grupo de amigos. Era amigo de su esposo y juntos la convencieron de que le leyera el Tarot. A pesar de su negativa, presionada por su pareja, aceptó. Solos, en una esquina de la sala de su casa, La Nena soltó una y otra carta, barajeó, levantó y su rostro se transformó.
IV
—¿Qué pasa?, ¿qué pasa? ¡Dime ya! —Anda Nena, le dijo su esposo, cariñosamente, ya sacalo de la duda a este hombre que lo vas a matar. —Las cartas dicen que tu esposa te engaña con uno de tus amigos. —Ja, ja ja, se río Alfonso de La Parra. Eso es imposible. Mi esposa es la mujer más fiel que conozco y ¿mis amigos? Todos están aquí. Y así, en el acto, volteó a verlos y a contarlos por sus nombres, pero descubrió que José Manuel Campos no estaba. —¿Dónde está Chema?, gritó. Nadie contestó.
Enfurecido, pensando en lo peor, corrió a su casa y en efecto, ahí estaba, en el lecho matrimonial, su esposa, con José Manuel Campos, uno de sus mejores amigos. Al verse descubierto, el amante salió corriendo de la propiedad para buscar a sus amigos en la casa de La Nena. Sin decir una palabra, Alfonso de La Parra salió del estudio. Uno de los sirvientes le dijo en dónde se encontraba Chema y ahí, enfrente de todos sus amigos lo mató.
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Esa noche, mientras el pueblo lloraba la tragedia, La Nena se encerró en su recámara y se prometió que nunca más volvería a leer ni el café ni el Tarot o al menos eso decía, porque yo un día la vi, por la rendija de su ventana, cuando fui a los tacos Chavín, en Morelos 52. Estoy seguro que era ella y estoy seguro que leía las cartas del Tarot para ella misma o no sé, igual era un fantasma, su fantasma.