/ viernes 8 de marzo de 2019

"Llegué a pensar que me mataría; desmayada me seguía pegando"

Alejandra, quien durante casi cinco años sufrió violencia en el noviazgo, cuenta su historia

“Llegó un momento, cuando estaba en el suelo tirada, en el que pensé que me iba a matar de un mal golpe. Sabía que si no salía de esa relación me iba a matar. Yo lo tenía bien claro: con él mi vida corría peligro”, asegura Alejandra* quien durante casi cinco años sufrió violencia en el noviazgo.

Viviendo en Veracruz, donde del primero de enero al 30 de noviembre del año pasado fueron asesinadas 380 mujeres, Alejandra se considera hoy una “sobreviviente” por estar viva a pesar de los golpes recibidos por su expareja, José*, un joven universitario de su misma edad. “Llegó a ponerme una navaja en el cuello, a golpearme brutalmente o a dejarme encerrada en su departamento, ubicado en un quinto piso y decirme que si quería salir me aventara del balcón. En todas esas ocasiones pensé en que iba a morir”.

Proveniente de una familia en la que nunca hubo violencia y con una formación universitaria enfocada en los derechos humanos, Alejandra, de 28 años, no entiende cómo pudo estar más de cinco años en un noviazgo con un hombre que ejerció sobre ella varios tipos de violencia. Reconoció que hubo ocasiones en las que se avergonzaba de estar en “un círculo vicioso” a pesar de su pensamiento feminista y de contar con una red de apoyo de mujeres que en todo momento la acompañaron.

“Mucho se piensa que la violencia la sufren mujeres en condiciones precarias, de pobreza y no, la violencia es un aspecto infiltrado en todos los ámbitos de la vida de las mujeres, tanto las que viven en zonas rurales en situación de pobreza como en las académicas que tienen puestos mayores”, refirió.

En entrevista, asegura que aún tiene secuelas físicas y psicológicas del horror que vivió junto a un hombre que comenzó con manifestaciones sutiles de violencia y que terminó con una golpiza que la dejó ensangrentada y sin un diente. Sin embargo, ahora la joven trabaja para ayudar a otras mujeres que como ella no se han dado cuenta o les cuesta reconocer que viven violencia de manos de sus parejas, ya sea novios o esposos, esto a través del colectivo feminista “Akelarre”.

Alejandra destacó que las redes de apoyo que mujeres tendieron a su alrededor salvaron su vida. Por ello está convencida de que todas aquellas que han sido víctima de violencia necesitan de los procesos y espacios seguros para poder salir del maltrato en cualquiera de sus formas. “Para mí el sentirme acompañada, no juzgada, cuidada y segura fue fundamental para salir de ese hoyo”.

VIOLENCIA ESCALÓ DE A POCO

Originaria de Xalapa, Alejandra asegura que creció al lado de su padre y su hermano en una familia en la que, pese a no ser convencional, nunca hubo violencia de ningún tipo. Criada en la igualdad y con interés particular en los Derechos Humanos y de las mujeres, la joven comenzó a estudiar Sociología en la Universidad Veracruzana. Ahí conoció a un joven con quien inició una relación en 2013, cuanto tenía 23 años.

“Nosotros comenzamos la relación en 2013 y durante los dos primeros años era un noviazgo casi normal porque sí empecé a notar algunos indicios sutiles de violencia (…) eran cosas simples como comentarios sobre mi forma de vestir, sobre mis amistades o incluso acciones como ir por mí a todos lados”, dijo.

Aseguró que, para ella, estas manifestaciones eran “controlables” e incluso llegó a pensar que los celos que él sentía tenían su origen en sus inseguridades físicas.

Sin embargo, una noche, una diferencia de opiniones en un trabajo escolar acabó en una pelea en la que José le rompió su celular y le dio el primer golpe. “Toda esa madrugada fue un infierno para mí porque fue la primera vez que, según él, por accidente, me pegó en la nariz y me sacó sangre. Ahí tomé la decisión de dejarlo, pero después me pidió perdón y regresamos”.

Para la joven, su principal error fue el aislarse de las redes de apoyo que tenía en su familia y sus amigas, ya que esto contribuyó a que no tuviera con quien compartir el incremento de la violencia física y psicológica que vivió con su novio. “Yo empecé a aislarme de todos, a tener crisis de ansiedad, a dudar de mis capacidades y sobre todo a pensar que sólo lo tenía a él. Fue una crisis muy fuerte en la que hubo daños colaterales con mi familia, con mis amigos e incluso en la escuela al grado de que perdí la beca que tenía”.

Destacó que la violencia física se “normalizó” tanto que los golpes se dieron en todos los momentos de su vida y en todos los lugares a los que iban juntos. La joven reconoce que incluso, aunque se independizó de su familia y comenzó a vivir sola, su casa nunca fue un lugar seguro, ya que él iba a visitarla y ahí también la golpeaba. “Él me pegaba, me arrastraba, e incluso, una vez, llegué a estar desmayada y aún así siguió pegándome. Cuando estaba con él en su departamento me repetía que no servía para nada y que mejor me tirara del quinto piso en el que vivía. Y si, llegué a pensar en el suicidio”, reconoció.

SALIR DEL CÍRCULO

En septiembre de 2016 ocurrió el episodio de violencia más fuerte de la vida de Alejandra cuando acudió a casa de José a anunciarle que lo iba a dejar. La joven explica que por precaución decidió no entrar a su casa y hablar con él en la calle; sin embargo, en un arranque de violencia, él le robó su celular y corrió a encerrarse.

“Desde su casa me gritaba ‘zorra’, ‘fácil’ y ‘puta’, que eran palabras que siempre me dijo mientras estábamos juntos. Y junto con una vecina subí al edificio para recuperar mi teléfono y es ahí cuando me jala y me dice que leyó mis mensajes y se dio cuenta que yo me había acostado con alguien más”, narró.

La joven fue atacada apuño cerrado en el pasillo de la unidad habitacional al grado de romperle la boca y tirarle un diente. Al notar el daño, su expareja le dijo: “ya te chingué”, y la dejó lesionada e indefensa.

“La señora que me acompañó tenía más de 70 años y no pudo intervenir. Fue un dolor muy grande porque las personas que pasaban por ahí me decía que yo me lo había ganado por ir a buscarlo, y que yo ya sabía cómo era él. Fue muy difícil en ese momento verme en esa posición”.

La joven universitaria dio a conocer que, aunque interpuso una demanda ese mismo día ante las autoridades competentes, a más de dos años de ese momento la demanda no ha prosperado, e incluso, el agresor aún no ha sido llamado para declarar.

Después de ese episodio, Alejandra regresó con su expareja y durante un año más luchó por salir de la relación más destructiva que había tenido en su vida. Aunque recibió varios golpes más, por fin logró separarse completamente de él e iniciar una nueva relación.

“Yo le dije muchas veces que me dejara, pero fue hasta que mi actual pareja habló con él y le prohibió acercarse a mí que me dejó por fin en paz. Desgraciadamente el sistema patriarcal es así”, agregó.

Hoy Alejandra continúa con su activismo a favor de los derechos de las mujeres y ayudando a jóvenes a detectar y detener cualquier tipo de violencia. Con el Colectivo Akelarre A. C .ha podido compartir su caso y eso le ha ayudado a sobrellevar las secuelas que le dejó la relación destructiva.

“Tuve tratamiento dental, comencé a perder el miedo a hablar, tuve que hacer terapia y comencé a dejar atrás la culpa y la vergüenza. Hoy tengo una relación igualitaria, con acuerdos mutuos y sobre todo de cero violencia. Tenemos amor y respeto entre los dos y puedo decirte que ya desperté de esa pesadilla”, concluyó.

“Llegó un momento, cuando estaba en el suelo tirada, en el que pensé que me iba a matar de un mal golpe. Sabía que si no salía de esa relación me iba a matar. Yo lo tenía bien claro: con él mi vida corría peligro”, asegura Alejandra* quien durante casi cinco años sufrió violencia en el noviazgo.

Viviendo en Veracruz, donde del primero de enero al 30 de noviembre del año pasado fueron asesinadas 380 mujeres, Alejandra se considera hoy una “sobreviviente” por estar viva a pesar de los golpes recibidos por su expareja, José*, un joven universitario de su misma edad. “Llegó a ponerme una navaja en el cuello, a golpearme brutalmente o a dejarme encerrada en su departamento, ubicado en un quinto piso y decirme que si quería salir me aventara del balcón. En todas esas ocasiones pensé en que iba a morir”.

Proveniente de una familia en la que nunca hubo violencia y con una formación universitaria enfocada en los derechos humanos, Alejandra, de 28 años, no entiende cómo pudo estar más de cinco años en un noviazgo con un hombre que ejerció sobre ella varios tipos de violencia. Reconoció que hubo ocasiones en las que se avergonzaba de estar en “un círculo vicioso” a pesar de su pensamiento feminista y de contar con una red de apoyo de mujeres que en todo momento la acompañaron.

“Mucho se piensa que la violencia la sufren mujeres en condiciones precarias, de pobreza y no, la violencia es un aspecto infiltrado en todos los ámbitos de la vida de las mujeres, tanto las que viven en zonas rurales en situación de pobreza como en las académicas que tienen puestos mayores”, refirió.

En entrevista, asegura que aún tiene secuelas físicas y psicológicas del horror que vivió junto a un hombre que comenzó con manifestaciones sutiles de violencia y que terminó con una golpiza que la dejó ensangrentada y sin un diente. Sin embargo, ahora la joven trabaja para ayudar a otras mujeres que como ella no se han dado cuenta o les cuesta reconocer que viven violencia de manos de sus parejas, ya sea novios o esposos, esto a través del colectivo feminista “Akelarre”.

Alejandra destacó que las redes de apoyo que mujeres tendieron a su alrededor salvaron su vida. Por ello está convencida de que todas aquellas que han sido víctima de violencia necesitan de los procesos y espacios seguros para poder salir del maltrato en cualquiera de sus formas. “Para mí el sentirme acompañada, no juzgada, cuidada y segura fue fundamental para salir de ese hoyo”.

VIOLENCIA ESCALÓ DE A POCO

Originaria de Xalapa, Alejandra asegura que creció al lado de su padre y su hermano en una familia en la que, pese a no ser convencional, nunca hubo violencia de ningún tipo. Criada en la igualdad y con interés particular en los Derechos Humanos y de las mujeres, la joven comenzó a estudiar Sociología en la Universidad Veracruzana. Ahí conoció a un joven con quien inició una relación en 2013, cuanto tenía 23 años.

“Nosotros comenzamos la relación en 2013 y durante los dos primeros años era un noviazgo casi normal porque sí empecé a notar algunos indicios sutiles de violencia (…) eran cosas simples como comentarios sobre mi forma de vestir, sobre mis amistades o incluso acciones como ir por mí a todos lados”, dijo.

Aseguró que, para ella, estas manifestaciones eran “controlables” e incluso llegó a pensar que los celos que él sentía tenían su origen en sus inseguridades físicas.

Sin embargo, una noche, una diferencia de opiniones en un trabajo escolar acabó en una pelea en la que José le rompió su celular y le dio el primer golpe. “Toda esa madrugada fue un infierno para mí porque fue la primera vez que, según él, por accidente, me pegó en la nariz y me sacó sangre. Ahí tomé la decisión de dejarlo, pero después me pidió perdón y regresamos”.

Para la joven, su principal error fue el aislarse de las redes de apoyo que tenía en su familia y sus amigas, ya que esto contribuyó a que no tuviera con quien compartir el incremento de la violencia física y psicológica que vivió con su novio. “Yo empecé a aislarme de todos, a tener crisis de ansiedad, a dudar de mis capacidades y sobre todo a pensar que sólo lo tenía a él. Fue una crisis muy fuerte en la que hubo daños colaterales con mi familia, con mis amigos e incluso en la escuela al grado de que perdí la beca que tenía”.

Destacó que la violencia física se “normalizó” tanto que los golpes se dieron en todos los momentos de su vida y en todos los lugares a los que iban juntos. La joven reconoce que incluso, aunque se independizó de su familia y comenzó a vivir sola, su casa nunca fue un lugar seguro, ya que él iba a visitarla y ahí también la golpeaba. “Él me pegaba, me arrastraba, e incluso, una vez, llegué a estar desmayada y aún así siguió pegándome. Cuando estaba con él en su departamento me repetía que no servía para nada y que mejor me tirara del quinto piso en el que vivía. Y si, llegué a pensar en el suicidio”, reconoció.

SALIR DEL CÍRCULO

En septiembre de 2016 ocurrió el episodio de violencia más fuerte de la vida de Alejandra cuando acudió a casa de José a anunciarle que lo iba a dejar. La joven explica que por precaución decidió no entrar a su casa y hablar con él en la calle; sin embargo, en un arranque de violencia, él le robó su celular y corrió a encerrarse.

“Desde su casa me gritaba ‘zorra’, ‘fácil’ y ‘puta’, que eran palabras que siempre me dijo mientras estábamos juntos. Y junto con una vecina subí al edificio para recuperar mi teléfono y es ahí cuando me jala y me dice que leyó mis mensajes y se dio cuenta que yo me había acostado con alguien más”, narró.

La joven fue atacada apuño cerrado en el pasillo de la unidad habitacional al grado de romperle la boca y tirarle un diente. Al notar el daño, su expareja le dijo: “ya te chingué”, y la dejó lesionada e indefensa.

“La señora que me acompañó tenía más de 70 años y no pudo intervenir. Fue un dolor muy grande porque las personas que pasaban por ahí me decía que yo me lo había ganado por ir a buscarlo, y que yo ya sabía cómo era él. Fue muy difícil en ese momento verme en esa posición”.

La joven universitaria dio a conocer que, aunque interpuso una demanda ese mismo día ante las autoridades competentes, a más de dos años de ese momento la demanda no ha prosperado, e incluso, el agresor aún no ha sido llamado para declarar.

Después de ese episodio, Alejandra regresó con su expareja y durante un año más luchó por salir de la relación más destructiva que había tenido en su vida. Aunque recibió varios golpes más, por fin logró separarse completamente de él e iniciar una nueva relación.

“Yo le dije muchas veces que me dejara, pero fue hasta que mi actual pareja habló con él y le prohibió acercarse a mí que me dejó por fin en paz. Desgraciadamente el sistema patriarcal es así”, agregó.

Hoy Alejandra continúa con su activismo a favor de los derechos de las mujeres y ayudando a jóvenes a detectar y detener cualquier tipo de violencia. Con el Colectivo Akelarre A. C .ha podido compartir su caso y eso le ha ayudado a sobrellevar las secuelas que le dejó la relación destructiva.

“Tuve tratamiento dental, comencé a perder el miedo a hablar, tuve que hacer terapia y comencé a dejar atrás la culpa y la vergüenza. Hoy tengo una relación igualitaria, con acuerdos mutuos y sobre todo de cero violencia. Tenemos amor y respeto entre los dos y puedo decirte que ya desperté de esa pesadilla”, concluyó.

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