Pedro Arismendi Pérez teje una red de pescar sobre la arena próxima a desaparecer, después de 55 años de acariciarla rumbo a alta mar, una escollera irrumpirá su trabajo y el de habitantes de playa Villa Rica, en el municipio de Actopan.
El hombre de 64 años habla poco, apresura su atención en terminar la red que le dejará 500 pesos a la semana, el único ingreso en los últimos seis meses durante el confinamiento para prevenir contagios de Covid-19 y cuatro de obra en la escollera.
Es delgado, su rostro refleja cansancio y preocupación, dormir no ha sido necesario con tal de ser vigilante por las noches, palapero, pescador y tejedor de día. La tristeza incrementa al mencionar que lleva cinco años sin dormir con su esposa, no se divorciaron pero vive a 30 minutos de él para laborar y generar otro ingreso en el hogar.
“Siente uno feo porque se reculó para atrás (el mar), es su naturaleza pero se siente feo. No tendremos chance de trabajar, de nada”, cuenta Pedro sin dejar de mover sus manos para terminar la red que vende en 3 mil 500 pesos.
Desde los nueve años, Pedro camina sobre la arena mojada en busca de peces y turistas, estos últimos escasearon y dejará de atenderlos hasta diciembre del presente año, cuando concluyan la edificación del rompeolas.
Al principio, trabajadores de la obra le comentaron que instalarían piedras donde golpea el agua salada pero en el transcurso de las labores iniciaron sobre el piso que es ocupado por palaperos y vendedores de hamacas.
Sin ambos oficios, Pedro buscó alternativa económica para aportar en el hogar donde viven cinco nietos, tres hijas y su esposa.
“Lo poquito que vaya cayendo para comer, ahorita no ganamos ni para comer, tengo una palapita y con esos 200 pesos entre semana la llevo. El sábado y domingo ya son unos 300 pesos al día más”, añade Pedro.
“El mar se metió mucho”
El cubrebocas descansa en el bolsillo de Pedro apresurado por tejer la red de pescar, el gel antibacterial en otra mesa que espera el arribo de turistas al cambiar el semáforo epidemiológico de la Secretaría de Salud. Sus medidas sanitarias se replican en playas aledañas; La Mancha y El Farallón.
A escasos metros de su vivienda, Ana y Rodolfo también viven a orilla de la playa. El agua salada casi toca sus puertas en días de fuerte oleaje. La pandemia de Covid-19 también mermó sus ganancias de renta de cabañas.
Los 300 y 500 pesos por un dormitorio con vista al mar no han llegado como en cualquier temporada vacacional o fin de semana. Desde la ventana, se observan grandes piedras que reposarán sobre la poca arena.
“El mar se metió mucho, afectó a los negocios, quitaron sus negocios, porque prácticamente se los tiró, ya no hay playa casi. La pandemia afectó y aparte el mar que se empezó a meter, se comió bastante terreno”, relata Ana al tiempo que se mese en una hamaca esperando clientes.
El matrimonio cuenta que el mar lleva reculando más de 15 años, desconocen si fue la naturaleza pero hablan que a quince minutos en tierra, en el puerto de Veracruz, hubo modificaciones en las corrientes marinas por ampliar la zona portuaria, obra que aumentó su superficie en 500 hectáreas en agua y 450 en tierra.
Pedro, Ana y Rodolfo son tres de los pocos palaperos que continúan ofreciendo servicios en la playa Villa Rica, ubicada cerca de la Planta Nucleoeléctrica de Laguna Verde.
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