LA ANTIGUA, Ver.- A casi 11 años de haber sido construida para reubicar a quienes perdieron todo en el huracán Karl, la Unidad Habitacional Huitzilapan se encuentra sin atención.
Ubicado a la orilla de la carretera Veracruz- Xalapa, a escasos metros de la caseta de La Antigua, este conjunto habitacional y las decenas de familias que lo habitan fueron olvidadas por las administraciones municipales y estatales. “Nos vinieron a dejar aquí y se olvidaron de nosotros”, asegura una vecina de la zona.
Y es que, señalan que luego de haber perdido todo en el embate de Karl, las autoridades les prometieron que este espacio estaría bien comunicado y que tendría todos los servicios. No obstante, una década más tarde padecen de inseguridad, las áreas verdes y espacios comunes no tienen mantenimiento, no hay luminarias y la inseguridad ha pegado de lleno.
La llegada de un nuevo huracán a la entidad, ha removido en ellos los recuerdos del 2010, cuando perdieron todo. Ahora, a pesar de que la zona en la que viven no es considerada como “de riesgo”, el miedo es debido a lo endeble de las viviendas que habitan ya que todas ellas fueron construidas de láminas y no cuentan con castillos ni cimientos sólidos. “Si llega otro huracán aquí nos va a voltear con todo y casa”, asegura otra vecina.
NO NOS CUMPLIERON LAS PROMESAS
María Trinidad Quiñones Olivo vivió hace casi 11 años uno de los días más difíciles de su vida cuando el impacto del huracán Karl provocó la pérdida de su casa y todos sus bienes en la colonia El Cascajal, en el municipio de La Antigua. La mujer de 55 años recuerda que, aunque intentaron salvar algunos bienes materiales, la crecida del río fue tan rápida “que a duras penas” pudieron ponerse a salvo los siete integrantes de su familia. “El río se llevó todo, no quedaron ni rastros de lo que era nuestra casa”, asegura.
Entrevistada frente a su casa, en la Unidad Habitacional Huitzilapan, María Trinidad explica que, en su momento, la solidaridad de miles de veracruzanos hizo posible que ellos pudieran tener comida, ropa y zapatos durante los días más críticos de la emergencia. Luego de casi seis meses de vivir primero en la calle y luego en albergues, recibieron la vivienda que ahora ocupan, así como un vale con el que pudieron comprar una cama, estufa, refrigerador, “lo básico para volver a empezar”.
Sin embargo, apunta que, tras el apoyo inicial, las autoridades estatales y municipales se olvidaron de ellos.
Una década después las familias padecen la falta de oportunidades de trabajo, el abandono de la infraestructura, así como la dificultad para transportarse a otras zonas. “Nos vinieron a dejar aquí y se olvidaron de nosotros porque desde que nos reubicaron aquí no tenemos apoyo de nadie, ni del presidente municipal, ni del gobernador, ni de nadie”.
Junto a su esposo, su hija y nieto, la mujer asegura que cuando llueve las calles de la unidad se inundan además de que no cuentan con alumbrado lo que los hace vulnerables a la delincuencia. “Si vienen de noche por aquí esto parece la boca de un lobo. Vivimos a oscuras en la noche y a merced de la malandrada”.
Aunado a eso, también sufren de la falta de certeza patrimonial. Y es que, aunque en un principio les dijeron que esas casas eran de su propiedad, tiempo después les aseguraron que eran prestadas por lo que no tienen ningún documento que les ampare.
A pesar de estas restricciones, asegura, decenas de familias han “vendido” estas casas a gente de otras ciudades y estados de la República a cambio de 18 mil pesos. Incluso, algunos de los que en su momento fueron beneficiados con estos apoyos prefirieron regresar a sus terrenos en El Cascajal antes que continuar en una zona en la que no hay oportunidades de trabajo.
Quiñones Olivo reconoce que la llegada de personas externas a los damnificados ha hecho que la inseguridad se incremente. “Cuando nos entregaron las casas nos dijeron que no teníamos que vender, que rentar ni prestar, pero desgraciadamente hay gente que ha vendido las casas y eso ha provocado que llegue gente de otros lados que no conocemos. No sé por qué el gobierno estatal no hace nada porque incluso hay gente que ha comprado tres o cuatro casas cosa que no debería ser estas son viviendas para personas necesitadas”, apunta.
OTRO HURACÁN NOS LEVANTA CON TODO Y CASA
Josefina Castillo también perdió todo en septiembre de 2010. Aunque las autoridades anunciaron el impacto de Karl, los habitantes de esta colonia nunca se imaginaron que la inmensidad del huracán fuera a provocar que el río se saliera y arrastrara todas las viviendas que encontró a su paso.
“El huracán pegó como a las 7 de la mañana, pero lo que nos dio en la torre fue el río. Como a las 6 de la tarde comenzó a crecer y a partir de ese momento comenzó a escucharse por todo el pueblo el tronadero de casas y después los gritos de la gente a los que iba alcanzando el río”, narró.
La mujer, que entonces tenía 42 años, tuvo que salir de su casa junto a sus tres hijos de 14, 16 y 20 años y a su nieta de escasos días de nacida. Y aunque todos se pusieron a salvo vivieron semanas complicadas en las que tuvieron que vivir en casas de campaña y sobreviviendo gracias a la generosidad de la gente que les regaló hasta una cuna para la bebé.
“Sufrimos mucho en las calles porque no pudimos sacar nada. Todo se lo llevó el río. Y no sólo nuestras cosas sino la de todos los vecinos, me acuerdo que incluso mis hijos tan chamacos que estaban tuvieron que ayudar a sacar gente de sus casas”.
Hoy, a casi 11 años de ese momento, el anuncio de Grace, un nuevo huracán en la entidad vuelve a provocar miedo. Y es que, aunque ya no viven en una zona considerada como de “riesgo”, las viviendas que les dieron por parte de Invivienda no fueron construidas con materiales sólidos y ya presentan fallas estructurales. “Ahorita escuchamos que está pronosticado otro y la verdad es que si da temor (…) no creo que la casa aguante porque no están bien hechas, no tienen castillos y los cimientos están por encimita. Si pega por aquí nos va a voltear con todo y casa”, advierte.
Además, apunta que otra de las dificultades de vivir en la Unidad Habitacional Huitzilapan es la falta de comunicación que tienen. Y es que, aunque están ubicados a orillas de una carretera federal, tienen que pagar 18 pesos por persona en un taxi colectivo para llegar a la ciudad Cardel para hacer sus compras, recibir atención médica o incluso llevar a los menores a la escuela. “Somos familias de escasos recursos que sufrimos de dinero, y sin dinero no hay para el pasaje a Cardel que es a donde uno consigue cosas. Por aquí no hay nada”.
La crisis económica que padecían las familias de Huitzilapan se incrementó durante la pandemia de Covid-19. A este punto no llegaron despensas ni apoyos y las familias se vieron en la necesidad de salir a buscar oportunidades de trabajo al puerto de Veracruz, Cardel e incluso a otros estados de la República. Otros más se han contagiado del virus en los trayectos e incluso, la deserción escolar aumentó. “Lo que pedimos son oportunidades de trabajo para las familias, sobre todo para los más jóvenes que no encuentran como ganarse la vida”, lamentó.