En los dos amigos, el pueblo donde nací, —se llama así porque ahí tenía un rancho don Adolfo Ruiz Cortines y al lado su amigo Serafín Iglesias— un compa me contó que un día llevaba un burro cargado de costales de maíz y al intentar cruzar un riachuelo, el asno se detuvo a la mitad. Para presionarlo, el hombre lo empezó a azotar. —No me pegues, le dijo el borrico. Asustado, con los pelos de punta, mi camarada salió corriendo. A su lado, El Mocho, su perro fiel.
Cuando llegó a su casa, con el corazón desbordado de la camisa roja de cuadros grandes y mientras su mujer se acercaba para saber qué había pasado, su fiel mascota, lo volteó a ver y le dijo: —¡Qué susto nos pegó ese burro! Lo demás ya no lo cuento, porque ese día hasta la señora se desmayó, dejando en la mesa las tortillas de mano, de maíz negro, recién hechas; la salsa de molcajete; el queso fresco y los frijoles recién hervidos de la primera cosecha del año.
Recuerdo esta historia de mi infancia cada vez que saco a pasar a Chewie, la mascota de mi hijo, un shih tzu que originalmente vivió en el Tíbet y que fue llamado “perro león” por los monjes tibetanos a quienes cuidaban en sus largas meditaciones sobre los cinco caminos de la perfección: acumulación, preparación, vista, meditación y no más aprendizaje.
Como buen perro persigue olores y mariposas, le gusta correr, jugar y observar a sus amos. “Tiene mirada de viejito. Es un niño. Siempre ha sido un perro muy tranquilo. Le gusta que lo apapachen. Tiene personalidad de gato y le gusta ver televisión. Sabe si estás triste, si te enojas, pero sobre todo le gusta siempre la alegría, correr y jugar”, dicen en casa.
Yo, en lo personal creo que es humano y que lo único que le falta, como al burro y al perro de mi pueblo, es hablar. Además, y eso me lo contó Borja Capponi, un experto en psicología canina y adiestramiento, es capaz de oler nuestros pensamientos, sí, así como lo lee, los perros detectan las reacciones químicas de nuestros neurotransmisores. Saben cuando estamos tristes o alegres, por ejemplo. No analizan, como nosotros el por qué de eso, pero lo detectan
Chewie observa el lenguaje corporal, las expresiones faciales. ¿Por qué? Por la emisión ultra-débil de fotones, me dice el especialista. ¿Qué es esto?, “la luz que emiten los seres vivos tanto en el espectro visible como en el ultravioleta (algo que a los humanos nos resulta imposible percibir)”, contesta. “No obstante, según apuntan varios estudios, los perros sí pueden percibir esta luz ultravioleta y percibir cómo nos sentimos ya que los biofotones se encuentran principalmente alrededor de la boca y las mejillas. Por tanto, nuestra expresión facial también guarda un significado para los perros que a nosotros nos queda oculto”.
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Compañero de caminatas matutinas, de viajes a la playa —aunque esto no le gusta mucho—, Chewie se ha convertido en un ser esencial en nuestras vidas. Su ánimo y alegría nos contagia siempre; su compañía ya es fundamental. Nos habla con la mirada, con las patas, con sus ladridos, gruñidos y chillidos agudos. Cada uno significa algo. Casi es humano.