/ domingo 21 de agosto de 2022

Relatos dominicales: La muerte de “El Cuba”… ahí quedó el hombre

“El Cuba” apareció corriendo en la calle y se cayó. Dos hombres que lo perseguían le apuntaron con armas

Yo no sé quién era “El Cuba”, me dijo Solsticio —sí, así le puso su madre, porque nació un 21 de junio, en el verano más caluroso que se tenga memoria en la huasteca veracruzana— pero su muerte me recordó a los espectáculos del circo romano de Nerón y de otros emperadores que gozaban de ver los asesinatos en El Coliseo. Sí, sé que a muchos les causó espanto o terror, pero a otros les alimentó el morbo, por eso se viralizó, puntualizó.

Me lo dijo callado, quieto, en El sazón huasteco, un restaurante ubicado en la calle Morelos, junto a la Plaza Juárez, en el corazón de Tantoyuca. Él ya había ordenado un zacahuilt —es el mejor de toda la región, me dijo— y yo sólo pedí unas enchiladas, con un Escuis de Hierro, el refresco típico de la región. —Además de este, me interrumpió mientras ordenaba, el mejor zacahuilt lo encuentras con doña Olga, allá por la Cuauhtémoc. Deberías probarlo, insistió.

El repique de las campanas de la parroquia de Santiago Apóstol nos interrumpió. ¿Por qué no suenan de corrido?, se preguntó. —Es repique de funeral, le contesté. Así repican cuando alguien muere, de toque en toque, pausado y no de corrido como en el llamado a misa. Ah, mira, no sabía, me dijo, mientras llegaba su zacahuilt a la mesa.

Pues te decía, retomó el tema, fue al filo de las once de la mañana del martes pasado. “El Cuba” apareció corriendo en la calle y se cayó. Dos hombres que lo perseguían le apuntaron con armas. Lo levantaron. Se resistió. Forcejeó. Y entonces ahí, a sangre fría, le dispararon. Quedó tirado en el suelo y todavía uno de los hombres regresó y lo remató con un disparo en la cabeza. Las personas que estaban en el restaurante, que vieron la escena desde el inicio, se escondieron. Otras personas en la calle corrieron.

Ahí quedó el hombre de pantalón de mezclilla y camisa azul fuerte tirado en la calle. Entonces los asesinos regresaron en una camioneta, abrieron la cajuela y lo subieron, como si de un saco de maíz se tratara. En la imagen se ve cómo quedó escurrida toda la sangre en el pavimento. Como el cuerpo no quedó bien acomodado, al cerrar la cajuela los pistoleros la pateaban, para que sellara. Tuvieron que abrirla de nuevo y empujarlo. Se fueron. No sabemos hacia dónde.

¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿Cómo era su vida? ¿Quién era su familia? ¿Alguien lo esperaba en casa?, se preguntó Solsticio mientras comía el zacahuilt. Son preguntas que nadie se hace “mi estimado”. ¿A quién crees que le interesa? A nadie, añadió de sopetón. A todos nos interesa vivir y sobrevivir, seguir caminando, llegar a nuestras casas, pero de los muertos, de quienes matan en el camino, de esos no nos interesa saber. Me quedé atónito. Sí, pasmado o espantado, como dice el diccionario para dar el significado de esa palabra. No le dije nada, apuré mis enchiladas y el Escuis de Hierro, para quitar el sabor amargo de mi boca. Estaba seguro que Solsticio sabía más, quién era ese hombre y seguramente quiénes eran los asesinos, pero prefería no saber o hacerse el occiso en una tierra donde la muerte podía ser un espectáculo viralizado en las redes sociales.

Yo no sé quién era “El Cuba”, me dijo Solsticio —sí, así le puso su madre, porque nació un 21 de junio, en el verano más caluroso que se tenga memoria en la huasteca veracruzana— pero su muerte me recordó a los espectáculos del circo romano de Nerón y de otros emperadores que gozaban de ver los asesinatos en El Coliseo. Sí, sé que a muchos les causó espanto o terror, pero a otros les alimentó el morbo, por eso se viralizó, puntualizó.

Me lo dijo callado, quieto, en El sazón huasteco, un restaurante ubicado en la calle Morelos, junto a la Plaza Juárez, en el corazón de Tantoyuca. Él ya había ordenado un zacahuilt —es el mejor de toda la región, me dijo— y yo sólo pedí unas enchiladas, con un Escuis de Hierro, el refresco típico de la región. —Además de este, me interrumpió mientras ordenaba, el mejor zacahuilt lo encuentras con doña Olga, allá por la Cuauhtémoc. Deberías probarlo, insistió.

El repique de las campanas de la parroquia de Santiago Apóstol nos interrumpió. ¿Por qué no suenan de corrido?, se preguntó. —Es repique de funeral, le contesté. Así repican cuando alguien muere, de toque en toque, pausado y no de corrido como en el llamado a misa. Ah, mira, no sabía, me dijo, mientras llegaba su zacahuilt a la mesa.

Pues te decía, retomó el tema, fue al filo de las once de la mañana del martes pasado. “El Cuba” apareció corriendo en la calle y se cayó. Dos hombres que lo perseguían le apuntaron con armas. Lo levantaron. Se resistió. Forcejeó. Y entonces ahí, a sangre fría, le dispararon. Quedó tirado en el suelo y todavía uno de los hombres regresó y lo remató con un disparo en la cabeza. Las personas que estaban en el restaurante, que vieron la escena desde el inicio, se escondieron. Otras personas en la calle corrieron.

Ahí quedó el hombre de pantalón de mezclilla y camisa azul fuerte tirado en la calle. Entonces los asesinos regresaron en una camioneta, abrieron la cajuela y lo subieron, como si de un saco de maíz se tratara. En la imagen se ve cómo quedó escurrida toda la sangre en el pavimento. Como el cuerpo no quedó bien acomodado, al cerrar la cajuela los pistoleros la pateaban, para que sellara. Tuvieron que abrirla de nuevo y empujarlo. Se fueron. No sabemos hacia dónde.

¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿Cómo era su vida? ¿Quién era su familia? ¿Alguien lo esperaba en casa?, se preguntó Solsticio mientras comía el zacahuilt. Son preguntas que nadie se hace “mi estimado”. ¿A quién crees que le interesa? A nadie, añadió de sopetón. A todos nos interesa vivir y sobrevivir, seguir caminando, llegar a nuestras casas, pero de los muertos, de quienes matan en el camino, de esos no nos interesa saber. Me quedé atónito. Sí, pasmado o espantado, como dice el diccionario para dar el significado de esa palabra. No le dije nada, apuré mis enchiladas y el Escuis de Hierro, para quitar el sabor amargo de mi boca. Estaba seguro que Solsticio sabía más, quién era ese hombre y seguramente quiénes eran los asesinos, pero prefería no saber o hacerse el occiso en una tierra donde la muerte podía ser un espectáculo viralizado en las redes sociales.

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