El 10 de abril de 1912, desde una habitación del Grand Hotel de París, ubicado en el 12 Boulevard des Capucines, don Manuel Ramírez Uruchurtu le envió a su madre, radicada en Hermosillo, Sonora, una postal del Titanic, el barco que abordaría horas más tarde. A su esposa, la señora Gertrudis Caraza, radicada en Xalapa, le dijo en otra misiva, que tenía muchos deseos de verla y que también extrañaba a sus hijos.
Era una mañana fría cuando don Manuel tomó un ferrocarril en la estación de Saint-Nazaire en la ciudad luz, rumbo al puerto de Cherburgo, para abordar el Titanic. Llevaba en mano el boleto de primera clase PC 17601. Aunque pensaba viajar a Veracruz en un buque que igual saldría de Cherburgo, su amigo Guillermo Obregón, según escribió en Diario de Xalapa el maestro José Luis Yáñez García, lo convenció para que viviera la experiencia del Titanic, un buque que había sido anunciado como la gran proeza humana de ese siglo que caminaba a pasos agigantados.
Había sido un viaje cansado y muy productivo. Don Manuel tenía 40 años de edad y estaba en la plenitud de la vida. Se había embarcado de Veracruz a Nueva York el 20 de febrero y ya sentía el cansancio del vaivén de las olas, pero aún así mantenía el ánimo para montarse en el Titanic, el barco que, como la Torre de Babel, quería mostrar la grandeza del ser humano como rey de los siete mares.
II
Este periplo por tierras europeas fue planeado para ver a su amigo el general Ramón Corral, un militar muy cercano a don Porfirio Díaz, también exiliado en Francia. Aunque no existen datos fidedignos, se sabe que don Manuel sí se encontró con don Porfirio y le acompañó en varias caminatas por los Campos Elíseos, en donde le gustaba pasear, según contó magistralmente en sus crónicas periodísticas Martín Luis Guzmán.
Con la alforja llena de recuerdos de este viaje que decidió hacer en la plenitud de su vida, don Manuel Ramírez Uruchurtu quería regresar a México, su tierra querida y pasar unos días con su esposa y sus hijos, asentados en Xalapa, la capital veracruzana. Cuando cerró la puerta de la habitación del Grand Hotel de París, se le cruzaron sentimientos de nostalgia y alegría. Ya deseaba llegar a casa.
Cuando llegó a Cherburgo para abordar este prodigio del ser humano, don Manuel pensó en la grandeza de quienes podías ser capaces de construir estas embarcaciones en donde podían viajar miles de personas con todas las comodidades del mundo, como si de un hotel de primera clase se tratara.
III
Admirado por la grandeza del navío, don Manuel preguntó a un oficial al mando, quien le contó que en los astilleros Harland and Wolf trabajaron, fueron más de 3 mil hombres los que construyeron en 27 meses la embarcación. Aquí se utilizaron 27 mil toneladas de acero y el casco estaba compuesto por chapas de acero, de 2.5 centímetros de grosor, que se unían con más de tres millones de remaches.
El barco zarpó el 10 de abril de 1912 del puerto de Southampton, al sur de Inglaterra y pretendía llegar a la Ciudad de Nueva York. Era entonces el buque más grande del mundo. Con 880 pies de largo y 175 pies de altura, se necesitó un equipo de 20 caballos para arrastrar el enorme ancla del Titanic, y el barco estuvo en construcción durante tres años, reiteró el oficial a don Manuel.
Luego del impacto con un iceberg en el océano Atlántico, la noche del 14 de febrero de 1912, a don Manuel se le permitió subir a la lancha salvavidas número 11, pero una mujer inglesa —según refiere el maestro Yáñez García— de nombre Elizabeth Ramell Nye, que viajaba en segunda clase, le gritó que en Nueva York le esperaba su esposo y su hijo.
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Al escuchar los gritos desesperados de la mujer, don Manuel Ramírez Uruchurtu dejó el lugar que le correspondía y regresó a la cubierta del Titanic. Aún pudo enviar un telegrama a su esposa Gertrudis Caraza, pidiéndole que cuidara a sus “siete pollitos”, refiriéndose a sus siete hijos.
IV
Antes de que el barco se hundiera, don Manuel se puso en paz, consciente de que este sería su destino. Las lágrimas cruzaron por su rostro cuando escuchó a la Wallace Hartley Band interpretar “Nearer, my God, to Thee”, “Más cerca, mi Dios, a ti”. Como en Flashback, el hombre pensó en su familia, en su esposa y sus hijos y al compás de las notas, en medio del caos, rezó más cerca, Dios mío, de Ti, más cerca de Ti. Aunque como el vagabundo, el sol se ha puesto, la oscuridad sea sobre mí, mi descanso una piedra, sin embargo, en mis sueños estaría más cerca, Dios mío, de Ti.
Tranquilo, apacible, siguió escuchando el último repertorio de la orquesta, que incluyó “Los cuentos de Hoffmann”, de Offenbach; el himno naviero “Eternal Father, Strong to Save”, de John Bacchus Dykes y “Song d’Automne”, de Archibald Joyce. El cuerpo de don Manuel jamás fue localizado.
En 1919, Elízabeth vino a Xalapa para agradecer a la familia de don Manuel por el gesto heroico de cederle el lugar en las lanchas salvavidas. Lloraron juntos y recordaron la valentía e integridad de don Manuel Ramírez Uruchurtu, el hombre que fue capaz de entregar su vida para salvar la vida de otra persona.