Filósofo, académico, investigador, autor de una obra de pensamiento prolífica, entre cuyos títulos se encuentran El último filósofo, Un pensamiento intempestivo, Las cenizas de Heidegger. El legado de Hölderlin; Heidegger de camino al Holocausto, entre otros, el doctor Julio Quesada Martín habla de la lección que deberá dejar para el mundo la pandemia del Covid-19.
El español radicado en Coatepec, asienta: “Nada ni nadie nos puede ‘salvar’ de nuestra ontológica vulnerabilidad. El mundo es cada vez más mundo, a pesar de los intereses nacionalistas. Este virus debería recordarnos que si cualquiera de nosotros puede portarlo es porque somos iguales. El conocimiento de lo inevitable debería partir de esa realidad”.
—¿Por qué esta pandemia nos ha asustado tanto?
“Hemos perdido el horizonte de nuestra insuperable contingencia y vulnerabilidad. Nos han educado en la ideología del progresismo infinito totalmente idealista, sin tomar en cuenta la realidad material de nuestras vidas expuestas, siempre, a lo imprevisible”.
—¿Por qué este temor a la muerte?
“No se trata de que la vida conlleve la muerte. Ahora se trata de un confinamiento total en nuestras casas o asilos que, prácticamente, nadie había conocido. Ni siquiera en las guerras. ‘El contagio’ ha resultado una categoría de orden simbólico que suspende todas nuestras relaciones. Y hay un plus: los contagiados deben morir solos, sin posibilidad de atención familiar. La imagen de esa pista de hielo en Madrid ahíta de ataúdes, solo ataúdes en el hielo, abarrotada la pista de cajones porque los crematorios no dan abasto, esta imagen es más amenazadora que el hecho de que nos tenemos que morir”.
—¿Es el pánico otra peste, otro virus mortal, aderezado con fakenews y amarillismo noticioso?
“El miedo, el temor y la posibilidad de entrar en pánico es algo muy humano. Este pánico es producto del miedo a lo desconocido cuando a la ciudadanía no se le informa con verdades aunque sean trágicas. No creo que los marineros de un barco entren en pánico ante una tremenda tormenta. Saben, o creen saber, que el capitán tiene conocimientos para manejar la situación. Pero cunde el pánico en la tripulación, y entre los pasajeros, cuando se descubre, como en el caso de España, que no se sabe qué hacer con el virus... porque era algo inesperado. Como si los virus tuvieran que avisar de que van por nosotros. Al respecto, y por lo que me voy informando, puede que México se haya puesto en alarma con tiempo suficiente para que el pánico se transforme en conocimiento y acción”.
—¿Qué tiene que ver esto con el mal? Algunos lo están interpretando como un castigo divino, otros como la factura que nos está cobrando la naturaleza.
“Siempre tenemos adivinos y profetas que viven de nuestra ignorancia. La naturaleza nada sabe de nuestro lenguaje a través del cual, y siempre dependiendo de cada cultura, interpretamos a la naturaleza, desde una sequía seguida de una hambruna hasta esta penúltima pandemia. La naturaleza nada sabe de Dios ni de castigo ni de venganza.
“En 1759 sufrió Lisboa un terremoto o lo que hoy se conoce científicamente como ‘sunami’. Murieron más de 100 mil personas; la mayoría de ellas estaba en las iglesias porque era el día de todos los Santos.
Mujeres, hombres y niños. ¿A quiénes estaba castigando Dios y por qué precisamente en Lisboa? ¿No se podría interpretar el terremoto como una broma divina porque eligió para la divina masacre el 1 de noviembre? Todas estas ideas solo son puras supercherías que, ahora, se mezclan con la ecología como movimiento ideológico posmoderno
—He visto a mucha gente volcarse en las expresiones religiosas, refugiarse en Dios. Los curas salieron de sus iglesias e inundaron las redes sociales. ¿Qué piensa de este fenómeno humano?
“Siempre ha habido grupos de personas que viven de los otros a costa del miedo y del pánico ante los fenómenos de la naturaleza. Desde los arcaicos griegos a los aztecas, pasando por los católicos y los luteranos, la historia no termina nunca. “Pero, lamentablemente, se prefiere educar a los ciudadanos en el arte de las tinieblas y mitologías religiosas y políticas porque no se está por la labor de hacer de los ciudadanos individuos e individuas que piensan, expresó el filósofo.