Doña Gabina Rodríguez Suárez está por cumplir 70 años y es uno de los personajes destacados de Rinconada, municipio de Emiliano Zapata. Ella no acumula títulos, pero sí personas que dicen quererla y respetarla. Durante 53 años se ha dedicado a la venta de las garnachas.
El peso de la edad y del trabajo rudo se notan en su andar, camina pausado, pero su entusiasmo por servir no tiene nada que ver con esa apariencia. Ella se levanta todos los días a las seis de la mañana para abrir su negocio a las ocho en punto. También cierra a las ocho de la noche.
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De trato amable, recibe a los comensales que optan por algún antojito veracruzano, como garnachas, empanadas, platanitos con crema y queso o un chilito relleno, una vena, pollo frito o pata capeada, todo a bajos precios.
Rinconada, conocido por algunos como la “Garnachilandia” del estado, tiene también a otras cocineras tradicionales, como Tinita, pero es doña Gabina quien acepta hablar y compartir un poco de su vida.
Y es que acumula cinco décadas de tener su propio negocio, pero era una niña de ocho años cuando empezó a acercarse a la cocina; trabajaba con “Pancha”, una xalapeña que tenía su restaurante en Rinconada.
Su vida ha estado prácticamente ligada a hacer y vender comida, pues también era niña cuando ya salía a las calles con el pregón de “enchiladas y picaditas de a peso” que su mamá, Consuelo Suárez, le colocaba en una “bateíta e madera”.
“Pobrecita, la dejó mi papá con varios chamacos y todos la ayudábamos. Ella me enseñó sus recetas y yo, si me las piden, las comparto. No me gusta ser egoísta. A mí no me perjudica. El que te va a comprar a ti, te va a comprar, y el que no, pues aunque se ponga uno”.
En visita a su colorido negocio, donde sobresalen llamativas sillas rojas y amarillas y paredes pintadas de verde y amarillo napolitano, suspira cuando recuerda su pasado. A pesar de tener problemas de presión arterial, no se ve sin trabajar, aunque ya no sea como antes.
“Antes, antes sí nos iba bien, pero pusieron la autopista y ‘nomás’ nos mirábamos entre nosotros. Y es que cuando eran buenos tiempos yo velaba, y ya luego llegué a tener cuatro ayudantes, dos para el día y dos para la noche. También di de alta mi negocio, pero luego todo se vino abajo por la novedad de la pista”.
En los últimos años mejoró la situación, pero la pandemia ha hecho que muchos establecimientos cierren, narra con nostalgia pero con ánimo de seguir adelante, “hasta que Dios me preste salud y vida”, dice con su mandil puesto después de haber descansado un ratito hacia la parte más dura de la jornada, las 4 de la tarde.
La temperatura de Rinconada es alta, agobia, pero doña Gabina es nativa de este lugar, el calor no le afecta, pero sí la gente de menos recursos. Por eso la quieren, dice una pobladora, “porque es linda, generosa, de muy buen corazón”.
Al comentarle lo expresado, sonríe y se encoge de hombros: “¡Qué te puedo decir, ‘mija’. Yo no puedo ver que alguien que vaya en la calle y se le vea el cansancio y la necesidad. Al caminante yo le doy de lo que tengo”.
“La Gabina” tiene a la entrada de su negocio una foto de su hija mayor. Son seis hijos —Mireya, Ernesto, Vidal, Mari, Juan y Dora— pero esa foto le gustó. También está la imagen de la virgen de Guadalupe.
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En Independencia 114 hoy hay una construcción de ladrillo y cemento, pero en un principio solo era una choza y había una mesa, un brasero pequeño y una sola olla de barro. Ese fue el origen. Hoy que ha pasado el tiempo, a sus 69 años, Gabina acepta ser creyente y piensa que hay que hacer el bien, “más ahora, que son tiempos que ya ni se ve rumbo ni tumbo”.