La idea de trabajar con niños y ayudarlos siempre estuvo presente en la mente de Alejandro Correa Valdivia, quien tras descartar la pediatría decidió que la docencia era la mejor forma en la que él podría darle a los menores las herramientas para salir adelante.
Hoy, a nueve años de haberse convertido en maestro –los últimos tres como director-, el maestro de primaria asegura que esta fue la mejor decisión de su vida, ya que estar en las aulas tanto rurales como urbanas le ha permitido guiar el rumbo de niñas y niños, así como aprender de ellos en todo momento.
Entrevistado en medio de la emergencia sanitaria por Covid-19, Alejandro asegura que este será un año diferente porque no podrá estar junto a sus alumnos sin embargo asegura que tanto él como los docentes que dirige han buscado las herramientas para mantenerse al tanto de los niños.
Vía remota, explica, tratan de mantener la relación maestro-alumno no solo en materia académica y formativa sino también emocional. “Estamos buscando la manera de que ellos nos sigan sintiendo cerca y que tengan en nosotros esa misma figura no solo de autoridad sino también de acompañamiento porque sabemos que para ellos este proceso tampoco está siendo fácil”, dice.
SER PAPÁ, ENFERMERO, PSICÓLOGO Y ENTRENADOR
Correa Valdivia, quien se desempeña como director de la escuela primaria José María Morelos y Pavón en Veracruz, apunta que, aunque durante la formación normalista siempre estuvo convencido de que la docencia era su vocación, el primer día que pisó un aula como maestro rural se convención de que había elegido el camino correcto.
“Recuerdo que mi idea era un poco cuadrada, y pensaba yo que si un alumno no entregaba su tarea o si sacaba 5.9 en un examen se iba a ir con la mala calificación y que nada me iba a hacer cambiar, pero ya estando en el servicio uno se da cuenta de la realidad. Yo lo podría conceptualizar en una palabra y es que me humanizó”, dijo.
El directivo apunta que, dentro de un aula, la función de un maestro crece tanto que se llegan a convertir en psicólogos, papás, enfermeros, psicólogos, amigos, entrenadores y hasta tanatólogos. Esta última función, explica, tuvo que asumirla de manera personal durante el primer año como maestro titular en una comunidad de Coscomatepec, Veracruz cuando, a medio ciclo escolar, uno de sus alumnos falleció por falta de acceso a servicios médicos y el resto de sus compañeros se enfrentaron a la muerte de un amigo.
En las aulas somos todólogos y la responsabilidad me quedó clara cuando me enfrenté a los niños y tuve que ayudarlos a salir delante de ese trance por el que pasaron porque al ser una comunidad pequeña los demás alumnos eran hermanos, primos o familiares del niño.
Cuenta que la necesidad de docentes es aún más clara en las comunidades apartadas en las que los profesores son además guías para los menores y constituyen un modelo para acceder a una mejor vida. Por ello, asegura el profesor, es lamentable que las nuevas generaciones de docentes estén rechazando los puestos de trabajo en las comunidades debido a la lejanía y prefieran buscar sitio en escuelas urbanas en donde la necesidad de maestros es muy poca. “Eso habla de que no hay una vocación tan fuerte de enseñar y creo que el ser maestro rural te convierte, sin duda, en una mejor persona”.
Aunque la experiencia con los menores suele ser igual de enriquecedora en las aulas, fuera de ellas, la diferencia entre un entorno rural y uno urbano es mucha cuenta Alejandro. Y es que, el docente apunta que en muchos casos los padres de familia han dejado de ser aliados de la educación de sus hijos y han dejado de colaborar para que se tengan mejores resultados.
“No puedo generalizar pero sí hay padres de familia que le meten el pie a los maestros, no colaboran e incluso muchos se desentienden por completo de sus hijos. Tenemos niños que sus papás ni siquiera se acercan a la puerta de la escuela porque saben que no están haciendo su mejor función y dejan al niño o niña a una o dos cuadras”, dijo.