Mi generación, la que discurre entre los 25 y los 39 años, es la “Generación Molotov”, la que cantó Puto y Rastamandita a todo pulmón reivindicando el que creyó que era su derecho a violentar al diferente.
También es la que creció viendo a Schwarzenegger y Stalone acribillar a toda una cuadrilla de rusos sin ninguna consecuencia legal y al final quedarse con la chica hermosa. Nuestra idea de ser hombres se formó durante la explosión del sexo y violencia gráficas, detestando todo lo que tenía tufo a afeminado.
Se nos enseñó, o al menos sugirió, que el poder y el sexo eran el fin último con la violencia y el engaño como legítimas vías para acceder a ellos.
Pero resulta que no, que estábamos equivocados.
A esa misma generación, la que está accediendo a los puestos de poder político, social y corporativo, y está formando familias, es a la que se le está exigiendo dar un giro de 180 grados al concepto de ser un hombre en el 2020. A resignificarse a ellos mismos.
Siempre existe riesgo de error al generalizar, pero creo tener razón al decir que la cultura de masas a la que estuvimos expuestos gran parte de los niños mexicanos en los 80, 90 y todavía en la primera década de los 2000 respondía a los rasgos que describo más arriba, sin el contrapeso del movimiento feminista de hoy.
La diferencia entre un macho y un hombre de bien la hacía la educación en casa y aulas, el desarrollo de valores propios y la exposición a ideas diferentes, no una presión social derivada de una crisis.
¿Cuántas decisiones de vida y profesionales está tomando mi generación equivocadamente por miedo al qué dirán o si se apega a los estándares de masculinidad con los que crecimos?, ¿a cuántas personas estamos haciendo infelices porque nosotros también lo somos?
Pongámosle nombre a nuestras víctimas más recientes: Fátima e Ingrid. Ambos casos tratados por la Fiscalía de la Ciudad de México como feminicidio.
Datos del Inegi sugieren que los feminicidios están siendo perpetrados principalmente por hombres jóvenes. El 44% de los inculpados por este crimen durante 2017 tenían menos de 29 años; el 31% entre 30 y 39 años y el 24% tenían 40 o más.
Entre los datos disponibles también destaca que, conforme avanza la edad de los hombres, la trata de personas se hace más presente. El 24% de los inculpados en el año de referencia sólo por este delito tenían más de 45 años, una tasa de prevalencia más alta en comparación con la que se ve en el total de delitos para el mismo grupo etario (18%).
En resumen, de jóvenes las matamos y de viejos –ya curtidos en el desprecio– traficamos con ellas.
Quizá no todos blandimos los cuchillos y las pistolas, pero sí podemos ser los que minimizamos la violencia de género, los que no denunciamos cuando la presenciamos.
Pero en contraste, debo decir, también somos los padres amorosos, los que respetan y el caballero callejero. También somos aquellos que quieren ser todo eso que el mundo necesita que seamos.
Machos siempre ha habido, la nuestra no es la generación que inventó la violencia de género, pero sí a la que le tocó romper el círculo de violencia.