Para grabar Su Alteza Serenísima (2004), el cineasta Felipe Cazals recibió el monto más grande que el Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine) ha destinado para apoyar un filme: 12.5 millones de pesos. La película, sin embargo, solo recaudó en taquilla 800 mil pesos.
La mayor apuesta del Foprocine hasta ahora no ha podido recuperar ni una décima parte de los recursos públicos que en su momento le fueron entregados. El largometraje se estrenó hace 20 años y desde entonces ha reintegrado poco más de 192 mil pesos al erario.
Este caso, más que excepción, es la constante en los apoyos que el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) otorga a la producción de películas mexicanas vía dos fideicomisos: el Foprocine y el Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (Fidecine).
En ambos casos el fenómeno es idéntico: el Imcine fondea con millones de pesos la producción de filmes y a cambio recibe algunos miles de su explotación comercial.
El Sol de México cruzó las bases de datos de las películas apoyadas por estos dos fideicomisos, desde su creación, con las de los montos reintegrados por su comercialización.
El resultado es que entre 2002 y 2019 el Fidecine financió con mil 462 millones de pesos 225 largometrajes pero solo recuperó 210 millones por su comercialización, es decir, 14% del monto erogado.
En el Foprocine la diferencia es mayor: de este fideicomiso salieron mil 323 millones de pesos entre 1998 y 2018 para fondear 373 películas, pero solo se han reintegrado 58 millones equivalentes a 4% de la inversión.
De acuerdo con las reglas de operación de ambos fondos, el financiamiento a la producción de largometrajes se efectúa bajo la figura de apoyo financiero, vía capital de riesgo. Esto significa que los fideicomisos adquieren el carácter de coproductores y tienen derecho a recibir los ingresos generados que les corresponden por la explotación comercial, según su porcentaje de participación en el rodaje del filme.
Mientras que el Foprocine está más enfocado en cine experimental, óperas primas y documentales, el Fidecine apoya a cintas de corte más comercial.
Ganancias ínfimas
Los datos obtenidos por mecanismos de transparencia indican que las reglas de operación, en lo que se refiere a reintegros por comercialización, son letra muerta porque los filmes tienen poco éxito en taquilla.
Un ejemplo es La guerra de Manuela Jankovic (2014), película dirigida por Diana Cardozo, que recibió del Fidecine casi 10 millones de pesos en 2011. La cinta se estrenó tres años después en dos pantallas y fue vista por 769 personas. De 22 mil 405 pesos obtenidos por su exhibición, 7 mil volvieron al fideicomiso.
Casos como este abundan. El baile de San Juan (2010), de Francisco Athié, recibió 7 millones de pesos del Foprocine pero hasta ahora ha reintegrado 176 pesos. También está el caso de 9 meses, 9 días (2009)—un filme de Ozcar Ramírez sobre los pescadores nayaritas que naufragaron casi un año en altamar— que regresó 5 pesos de una inversión pública de 3 millones.
Incluso hay 127 filmes de Fidecine y 173 de Foprocine que no reintegraron dinero por concepto de comercialización. Pese a ello, el gobierno solo ha demandado por la vía jurídica a productoras de 11 películas financiadas por Fidecine por ser sujetos de apoyo morosos que incumplieron sus contratos, indica información entregada por el Imcine.
Buscamos la postura de José Miguel Álvarez Ibargüengoitia, coordinador técnico del Imcine, quien se comprometió a atender nuestra solicitud, pero al cierre de la edición no había respondido.
“El Foprocine y el Fidecine, todas las apuestas de promoción al cine nacional, en realidad acaban dándose contra la pared porque nadie lo va a ver”, afirma Praxedis Razo, historiador y crítico del cine mexicano.
Para el especialista, los fondos públicos han fracasado porque el consumidor mexicano no está habituado a reconocerse en la pantalla, pero sobre todo, porque “están viciados por una camarilla” que hace proyectos “que no le hablan a nadie”. Si bien, reconoce que en este grupo hay talento, Razo acusa que hay quienes solo se dedican a “cazar millones”.
—¿Tu recomendarías que los fideicomisos desaparezcan? —preguntamos a Razo.
—Por supuesto. Yo sería el más feliz de que ver qué se hace con los verdaderos cineastas, con los que no andan cazando facturas falsas porque también a eso los había empujado el fideicomiso... El estado te puede apoyar, sí, pero no tiene que ser la razón para que tú hagas cine.
—¿Se prestaban a corrupción?
—Claro, como todos los fideicomisos. Y lo que más me sorprende es que los beneficiarios, que en privado se prestaban a decir ‘claro, pasaba esto’, fueron los primeros que salieron a arrancarse las vestiduras.
El episodio al que el historiador se refiere, y que causó indignación en la comunidad de cineastas, fue el decreto del presidente Andrés Manuel López Obrador para extinguir todos los fideicomisos públicos sin estructura orgánica como parte de su plan de austeridad, salvo los que estuviesen protegidos por leyes federales.
El mandato presidencial, publicado en el Diario Oficial de la Federación del pasado 2 de abril, dejaba a salvo el Fidecine al estar respaldado por la Ley Federal de Cinematografía. El destino del Foprocine, en cambio, era incierto, y el gremio salió en su defensa.
La respuesta de la Secretaría de Cultura federal fue fusionar ambos fideicomisos sin que hasta ahora queden claras las nuevas reglas para el otorgamiento de apoyos financieros.
Para el reconocido documentalista Everardo González, la unión de ambos fondos será compleja porque tienen distintos propósitos: mientras el Foprocine está pensado para financiar proyectos innovadores y arriesgados, el Fidecine se enfoca más en entregar resultados comerciales. Es algo como juntar el agua con el aceite.
El panorama ya era difícil para la comunidad cinematográfica cuando el pasado 20 de mayo los diputados de Morena, partido del López Obrador, presentaron una iniciativa de ley para eliminar diversos fideicomisos amparados en legislaciones, entre ellos, el Fidecine.
El propósito de la iniciativa, firmada por Mario Delgado, coordinador de Morena en la Cámara de Diputados, es que el gobierno federal cuente con recursos suficientes para enfrentar la crisis de salud y económica derivada de la pandemia de Covid-19. En el documento añade que la extinción de los fideicomisos es también “en virtud de la opacidad, la falta de transparencia y la rendición de cuentas”.
La secretaria de Cultura federal, Alejandra Frausto, criticó en su cuenta de Twitter la iniciativa señalando que “no podemos entender México y sus cambios sociales sin el cine… ¡Viva el cine mexicano!”.
El dilema: ¿negocio o arte?
González no opina igual a Praxedis Razo y considera que existen otros factores para valorar una película mexicana, más allá de llenar salas de cine.
“El prestigio se gana no sólo acumulando riqueza, sino con el reconocimiento internacional, con la relevancia de quienes miran en el cine un arte y no un producto… Buñuel no es apreciado por los éxitos en taquilla que tuvo. Ismael Rodríguez, que hizo para mí, su mejor película, que es Los Hermanos del Hierro, fue el fracaso más grande de su carrera en la taquilla; y si nos llama la atención Jodorowsky, no es por su éxito comercial, sino por su delirio en la pantalla”, expresa.
El documentalista es reconocido por largometrajes como La Canción del Pulque (2003), Los Ladrones Viejos (2007), Cuates de Australia (2011) y La Libertad del Diablo (2017), que le han valido decenas de premios nacionales e internacionales. Además encabeza la productora y distribuidora de cine documental Artegios.
Coincide con González el cineasta Juan Carlos Rulfo.
“Muy pocas películas recuperan la inversión. Casi ninguna. Pero ese no puede ser el criterio para decidir que un fondo deje de existir. Hay que regular cosas que tienen que ver con las normas de exhibición y tiempo en pantalla”, indica el director de filmes como En el hoyo (2006), Los que se quedan (2008) y De panzazo (2011).
Más allá de lo económico, quienes defienden los fideicomisos, y con especial empeño el Foprocine, sostienen que hay talento que debuta a través de estos fondos, que gana premios y que es reconocido en el mundo, aunque sean un fracaso comercial.
No todo el cine mexicano puede ser un best seller, opina González. Y agrega que la mirada del mundo cinematográfico está puesta en países como México, no por sus películas taquilleras, sino por los cineastas que han sido ganadores de la Palma de Oro, del festival Sundance y del Óscar. “Ahí está el prestigio del cine”, destaca.
“Que llegue Netflix a ayudar a los técnicos de este país, se debe a que ve su valía para el futuro, y eso no se lo debemos a los blockbusters. Yo no veo nada malo en las películas taquilleras… sé que sin ellas no existimos nosotros, y viceversa”
Pese a los beneficios no económicos que conceden los fideicomisos, Razo considera que estos se pueden lograr aun sin el apoyo gubernamental.
“¿Estás diciéndome que sin los millones que el Foprocine te da no haces películas? Pues entonces no eres un cineasta… Si tú me estás diciendo que el apoyo del Estado es necesario para que tú te expreses, pues mejor no te expreses”, opina el también director de la revista de cine mexicano FILME Magazine.
Los casos exitosos
El Fidecine nació con la Ley Federal de Cinematografía de 1998 aunque inició operaciones hasta marzo de 2002. El Foprocine, en cambio, surgió por voluntad presidencial en enero de 1998.
Fue en una comida informal en Los Pinos que un grupo de cineastas como Arturo Ripstein y Felipe Cazals propusieron al entonces presidente Ernesto Zedillo apoyar a la industria nacional frente al monstruo que representaba Hollywood. Entonces solo se producían un promedio de siete películas mexicanas al año.
“Zedillo se los concede no pensando que se iba a quedar ese fideicomiso (Foprocine) toda la vida, sino para un proyecto en particular que era apoyar a viejos cineastas que necesitaban ayuda”, explica el historiador Praxedis Razo.
El éxito de un productor más joven fue el gran causante, dice Razo, de que el Foprocine llegara para quedarse. La ley de Herodes (1999), de Luis Estrada, fue una de las primeras películas fondeadas con el fideicomiso. Además de ganar once premios Ariel, esta comedia satírica sobre la corrupción política en tiempos del PRI fue vista por más de un millón de personas en cines, tuvo ventas en el entonces formato VHS y aun se puede comprar en Internet.
La apuesta de Estrada no fue poca cosa. Llevó a la pantalla grande una obra que retrataba como una institución corrupta al partido que se había enquistado 70 años en el poder, todo a meses de celebrarse las elecciones federales en las que llegó la alternancia a México con el triunfo del panista Vicente Fox.
Un tema tan delicado le valió diversos intentos de censura que paradójicamente fueron su mejor publicidad.
“La ley de Herodes estuvo en el ojo del huracán y nos llevó a todos a verla a pesar de que no acostumbráramos ver cine mexicano. El Foprocine se empodera de alguna forma y justifica su existencia, pero no tarda mucho en ser de nueva cuenta un espacio para las amistades”, agrega Razo.
Como dato curioso, esta película es una crítica al gobierno de Zedillo como también lo fueron sus filmes posteriores, uno por cada sexenio que siguió. Un mundo maravilloso (2006) satiriza al gobierno de Fox y el modelo económico existente; El infierno (2010) retrata la macabra guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón y La dictadura perfecta (2014) aborda la relación entre Enrique Peña Nieto y la televisión.
El mismo año que se estrenó La ley de Herodes, otro largometraje apoyado con recursos del Foprocine se convirtió en un éxito en taquilla. Sexo, pudor y lágrimas (1999), de Antonio Serrano, rompió récords de audiencia en México y recaudó 115 millones de pesos, convirtiéndose en la tercera película más taquillera del país en ese momento. Su triunfo fue tal que reintegró al fideicomiso 11 millones de pesos, cuando fue apoyada con 3.5 millones.
Desde entonces los éxitos comerciales del Foprocine se cuentan con los dedos. Los datos analizados arrojan que solo cuatro de 373 películas apoyadas entre 1998 y 2019 han regresado al fondo por lo menos el dinero que se les invirtió: Perfume de violetas (2001), de Maryse Sistach; El crimen del padre Amaro (2002), de Carlos Carrera; Presunto culpable (2008) de Roberto Hernández y Sexo, pudor y lágrimas, de Antonio Serrano.
La película de Estrada, aunque exitosa, no logró reembolsar todo el apoyo al fideicomiso: pese a ser fondeada con 8.4 millones de pesos, solo ha reintegrado 273 mil por comercialización más un millón 294 mil por recuperación de créditos, revelan cifras del Imcine.
En 2019 Foprocine apostó por 35 películas más, pero aún no son públicos los datos del retorno de inversión.
Y en lo que respecta al Fidecine, cinco de 225 películas apoyadas entre 2002 y 2019 han regresado al fondo la totalidad del apoyo e incluso más. Se trata de Matando Cabos (2004), de Alejandro Lozano; Una película de huevos (2006), de Rodolfo y Gabriel Riva Palacio Alatriste; Kilómetro 31 (2006), de Rigoberto Castañeda; La misma luna (2007), de Patricia Riggen y No se aceptan devoluciones (2013), de Eugenio Derbez.
México contra Los Avengers
Si de producir cine nacional se trata, los fideicomisos públicos han sido exitosos. De siete películas creadas anualmente a finales de los noventa, en 2018 se produjeron 186, la mitad apoyadas por el Estado, y se estrenaron 115. El problema es que casi nadie se entera de su existencia.
Según datos del Anuario Estadístico de Cine Mexicano, en 2018 se contabilizaron 320 millones de asistentes a las salas de cine pero solo 30.3 millones vieron alguno de los 115 filmes nacionales. Y en cuanto a la derrama económica, los ingresos en taquilla de ese año ascendieron a 16 mil 292 millones de pesos, de los que mil 420 millones correspondieron a cine nacional.
Para dimensionar la cifra, la película más taquillera de ese año, Avengers: Infinity War (2018), reunió por sí sola 21.5 millones de espectadores y generó mil 141 millones de pesos.
Hacer una película en México es una epopeya de principio a fin. El primer problema es la falta de presupuesto para comenzar a rodar, pero aun superada esa traba hay obstáculos en su distribución y exhibición.
“El problema está en la distribución y la exhibición, es muy injusta”, dice el periodista especializado en cine Arturo Magaña. Y es que, afirma, las salas comerciales no difunden esta clase de cine o si lo hacen, es por poco tiempo y en horarios inoportunos.
El distribuidor funge como un intermediario entre el productor y el exhibidor. Se encarga de la campaña publicitaria, las negociaciones del tamaño de la película, el tiempo en pantalla y las fechas de estreno.
Es entonces cuando las películas mexicanas tienen que hacer frente a la maquinaria propagandística que arropa a Hollywood, en una suerte de lucha de David contra Goliat.
“Al final estas películas se enfrentan contra todos los Avengers, se enfrentan contra El Guasón… que vienen con un aparato industrial, ya no digas de exhibición, sino de divulgación, en donde pagan comentaristas, en donde pagan cualquier cantidad de espacios públicos para poner su póster, mientras que las películas mexicanas tienen tres carteles para su promoción”, explica Praxedis Razo.
El último eslabón en la cadena es la exhibición, controlada en un 92% por el duopolio de Cinépolis y Cinemex, quienes al final deciden lo que se puede proyectar y cómo será proyectado. Es aquí cuando el cine nacional termina relegado a unas cuantas salas.
“De cierta forma los números (de exhibición) siempre son muy crueles. Sí, ¿pero en qué salas estaban? ¿A qué hora se exhibían? ¿En qué condiciones se estaban exhibiendo? En la Ciudad de México vivimos en un lugar muy privilegiado, aquí hay una oferta brutal de lo que podemos encontrar en cuanto a películas.
“Sin embargo, cuando pensamos en el interior de la República, o en la misma área metropolitana, cuando te vas alejando del centro, pues hay dos, tres, cuatro cines y todas las películas son dobladas, todas son de Hollywood y no hay otra opción”, indica Magaña, quien también edita la revista Cine PREMIERE.
Pero aun si las películas apoyadas con fondos públicos logran tener éxito, estas no regresan la inversión al erario.
En los últimos ocho años (2012 a 2019), solo 10 de las 80 películas mexicanas más taquilleras recibieron apoyo del Fidecine, ninguna del Foprocine. Sin embargo, el filme de Eugenio Derbez, No se aceptan devoluciones (2013), fue el único que reintegró al fideicomiso cinco veces más de lo que recibió.
En contraste, la película de Emilio Portes, El crimen del Cácaro Gumaro (2014), no ha devuelto un solo peso al fondo, según datos entregados por Imcine.
El artículo 19 de la Ley Federal de Cinematografía indica que los exhibidores deben reservar a la proyección de cine nacional el 10% del tiempo total de sus salas.
En 2017, la entonces senadora priista Marcela Guerra planteó incrementar esta cuota a 30%, pero la iniciativa no prospero por la presión de la Cámara Nacional de Cinematografía (Canacine), que aglutina a distribuidores y exhibidores.
El actual Senado, controlado por Morena, apuesta ahora por que 30% del contenido de las plataformas de streaming sea nacional, lo que incluye a Netflix, HBO, Amazon Prime, Claro Video, Blim y Disney+.
El dictamen, aprobado el pasado 20 de marzo, ha sido cuestionado por quienes consideran que el público no debe ser obligado a pagar por contenidos que no desean ver. La moneda sigue en el aire.