La emergencia sanitaria de Covid-19 ha sacado a la luz muchas de nuestras vulnerabilidades, los privilegios de pocos, el limitado acceso a derechos básicos (salud, vivienda, educación) de muchos, las desigualdades, la importancia del contacto social y el peso de la incertidumbre. ¿Hasta dónde es legítimo restringir las libertades para garantizar la salud pública? ¿Cómo se muestran y operan las desigualdades en el contexto de la pandemia? ¿Cómo armonizar la distancia física con la cercanía social, con la solidaridad? ¿Qué cuerpos son capaces de producir los anticuerpos y las defensas necesarias para sobrevivir? ¿A qué otros, en cambio, les resulta imposible resistir el embate patógeno? ¿Qué forma del contacto es imprescindible imaginar y producir entre la academia y aquellos espacios más vulnerables?
Durante doce años, desde el proyecto Mujeres en Espiral, hemos tratado de entender y visibilizar las condiciones en las que viven las mujeres presas, llegando a la conclusión de que el encierro –ese monstruo con sonido de fierro viejo y oxidado–, configura espacios invivibles. Desde el pasado mes de marzo, y en el contexto pandémico global causado por la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2), la reclusión se ha expandido de una manera inusitada: se ha convertido en una acción global. Las medidas de mitigación de la pandemia de Covid-19, puestas en marcha por el Gobierno de México (compartidas, además, por otros muchos estados del planeta) han llevado a que en nuestro país, parte de la población que tiene garantizado su modo de subsistencia a través de la economía formal, se haya visto conminada a no salir, a quedarse en casa.
En este panorama actual, las preguntas parecían oportunas: ¿podría el conocimiento desarrollado durante estos doce años de trabajo al interior del CEFERESO Santa Martha Acatitla acompañarnos? ¿Podría la experiencia de trabajo con nuestras colegas presas-especialistas en aislamientos y vivencias de confinamiento resultarnos útiles? ¿Podríamos, por primera vez, hacer uso de sus estrategias de sobrevivencia, de esos saberes acopiados desde el patio de prisión, en primera persona?
Pronto entendimos que el encierro, aquí, no suena a viejo. El encierro, aquí, suena muy nuevo, es poroso y virtual: computadoras prendidas todo el día, reuniones programadas sin descanso, compras por teléfono, pedidos online. La conexión y el contacto –desapegado– es completa. Muy pronto también empezamos a recibir noticias de cómo este aislamiento es doble, penitenciario y sanitario, y afecta de manera extrema a las de “dentro”: las que se han quedado sin el precario trabajo factible en prisión, porque sus familias –con algo de dinero– ya no pueden visitarlas o porque los insumos con los que trabajan de manera informal –preparando comidas, cargando baldes de agua, arreglando uñas, vendiendo ropa– no llegan. Se han quedado además sin los abrazos de sus, ya de por sí, escasas visitas. Su encierro no tiene nada de poroso, ni de virtual. En tiempos de pandemia, las restricciones adicionales en un lugar como la cárcel contravienen todo lo que define y da lugar a lo humano.
Es entonces cuando esas preguntas “oportunas” se desvanecen. Desaparecen para entrar, de nuevo, en el encierro desde antes, el más cruel; el confinamiento extremo que sufren las personas privadas de su libertad. En este contexto en el que, paradójicamente, la pandemia de coronavirus nos ha sacado de la cárcel, sentimos la necesidad urgente de volver a entrar, de seguir atravesando los muros; operando ahora desde las limitaciones y las nuevas perspectivas que nos dan las medidas de aislamiento social.
A partir de una breve investigación colectiva, centrada exclusivamente en la actual contingencia, siguiendo la metodología de trabajo que combina maniobras extraídas de las tres áreas básicas del proyecto (artística, jurídica y pedagógica), recuperando trabajos anteriores (la mayoría inéditos) y buscando solventar (a través de diversas encuestas) la prohibición de entrar en estos meses al penal, hemos realizado este fanzine tratando de dar cuenta de la condición imposible de vida de las mujeres en prisión; de sus sorprendentes estrategias de sobrevivencia, y de la altísima probabilidad de que durante la pandemia y la “postpandemia” su espacio se transforme de complicado y extremo, a invivible.
Imaginar la prisión desde la visibilidad que da una crisis como la actual, puede servir para extender los límites de lo pensable y lo representable. Siguiendo a Badiou, imaginamos el acontecimiento como la posibilidad de pensar más allá de lo posible; así, esta pandemia en tanto crisis y acontecimiento o, mejor, en tanto acontecimiento crítico, puede ayudarnos a entender que el encierro (el de las prisiones) no es una condición intocable; que las cárceles pueden transformarse y hasta llegar a desaparecer. La pandemia nos da pie, lengua y ley para ello.
Nuestro contacto directo con las mujeres privadas de libertad nos ha llevado a confirmar lo que mucha de la literatura del abolicionismo penal, los estudios de criminología crítica y de género, y los estudios críticos legales apuntan: que hay muchas más personas en la cárcel de las que debieran estar, que las que debieran estar podrían salir mucho antes y que, en muchos casos, estas mismas están encerradas por motivos distintos al delito que supuestamente cometieron.
Lavarse las manos, mantenerlas lejos de la boca y guardar la debida distancia (no tocarnos) son medidas indispensables para eliminar al virus, pero también son acciones contraindicadas si lo que queremos es producir interacciones para que los anticuerpos aparezcan y comiencen a atacar al agente patógeno, y así generar la esperada inmunidad. Con este fanzine y sus productos metemos las manos, nos las llevamos a la boca y nos inoculamos gradualmente el virus para poder ser inmunes a él. Así –maniobrando desde la universidad y en contacto con las urgencias sociales– mostramos cómo generar anticuerpos justo al tocar aquello que debe permanecer lejos; tocar para articular lo indecible de las prisiones y lo imposible de la vida de las mujeres en ellas.
Desde nuestro encierro voluntario y sus consiguientes limitaciones –también desde sus inevitables descubrimientosesperamos hacer visible la imposibilidad de que esos otros confinamientos –los punitivos y los carcelarios– cumplan lo que prometen: transformación, reinserción, protección y contención del daño a la sociedad. Lo que percibimos, desde los confinamientos que hoy nos salvaguardan, son dos cuestiones. En primer lugar, que los encierros, en la cárcel, someten a las mujeres a múltiples formas del contagio: recrudecen todas las distancias, hacen imposible la respiración e inimaginable la inmunidad. Lo segundo, y más importante, que también desde ellos, las mujeres presas logran lo que la universidad imperiosamente demanda: la generación de trabajo solidario, creativo y útil para una sociedad que vive, muchas veces sin saberlo, confinada a distancias que no salvan sino que, al contrario, multiplican la impermeabilidad, la defensa a ser tocadas y la desconexión con aquello que es imprescindible develar.
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