Como ocurre con el destello de un flash, la arrolladora victoria de Vladimir Putin -que reunió 76.6% de los votos en la elección presidencial del domingo en Rusia- creó un efecto de encandilamiento que impidió ver con claridad los riesgos que se perfilan en el futuro del régimen ultra personalista que instauró hace 18 años.
La cuestión clave, sin embargo, no consiste en saber cómo fue elegido Putin, sino cuáles son sus proyectos para este mandato que culminará en 2024. No es fácil imaginar si -en una perspectiva larga- esa reelección aparentemente espectacular lo fortalece o lo debilita.
La secuencia que comienza ahora constituirá, probablemente, el periodo más difícil de su carrera política.
Después de haber consagrado sus 18 años en el poder a recuperar el cataclismo que provocó el derrumbe de la exURSS y a resistir el impacto de las sanciones occidentales adoptadas en represalia por sus aventuras internacionales, ahora deberá recentrar el foco en mejorar la situación de los 143 millones de habitantes.
Aunque el ingreso promedio es de 10 307 dólares, hay 19.8 millones de personas (13% de la población) que viven bajo el umbral de pobreza. Las perspectivas para el futuro no son brillantes: después de tres años de recesión, la economía comenzó a crecer a un ritmo de 1.5% a 2% y el déficit presupuestario permanece hundido en -8.4% a pesar de la recuperación del precio del petróleo. Ese cuadro es insuficiente para recuperar rápido el retroceso que sufrió el poder adquisitivo de los rusos.
Al margen de ese dilema, el otro grave problema es de orden político. Desde el mismo domingo, sin duda, Vladimir Putin comenzó a pensar en su futuro y a definir sus intenciones hasta 2024 para evitar que el Kremlin se transforme en escenario shakesperiano de una despiadada lucha por sucesión.
Todo presidente sabe que, en el momento de comenzar su último mandato, pierde el 50% de su poder. La otra mitad se deshilacha progresivamente a medida que se acerca al final.
La hipótesis de reformar la Constitución para convertirse en presidente vitalicio no seduce a la opinión pública rusa y, sobre todo, inquieta a los grupos que no están dispuestos a subordinar sus ambiciones a los caprichos de Putin. Para ellos, esperar 2024 parece una eternidad. Por esa razón, también es extremadamente peligrosa la posibilidad de nombrar un delfín.
Para los dirigentes que están en la fila de espera o en la oposición, el tiempo político transcurre a un ritmo mucho más lento que las agujas del reloj.
Eso explica algunos inquietantes movimientos que se perciben en las entrañas del poder.
Entre los impacientes, algunos apparatchiks del régimen que reptan en las penumbras del Kremlin comenzaron a operar desde hace tiempo para preparar la sucesión. En ciertos círculos de Moscú incluso circulan algunos escenarios para acelerar la transición.
Una gran parte de esa ansiedad se manifiesta incluso en el reducido círculo que poco a poco ha desplazado el cursor del poder hacia el Kremlin, donde -cada vez más- se concentra la toma de decisiones en reemplazo del Parlamento, el sistema judicial y el aparato del Estado.
Dentro de esa élite coexisten tanto los oligarcas del putinismo -que sueñan con recuperar su autonomía- como la nueva generación que llegó al poder en los últimos 10 años y los siloviki (élite político-militar enquistada en las fuerzas armadas, los servicios de espionaje y las fuerzas especiales de seguridad).
Otra variante consistiría en repetir dentro de seis años el enroque que hizo en 2008 con Dimitri Medvedev. El único problema es que en ese momento tendrá 71 años y solo podría volver al poder en 2030 con 78 años a sus espaldas.
Por el momento, Putin todavía no eligió a su delfín y todos los nombres que circulan son producto de especulaciones interesadas. Nadie conoce el pensamiento íntimo del zar.
Es evidente que "cuanto más tiempo permanezca en el poder, más difícil será la salida", advierte Andrei Kolesnikov, investigador del think tank Centro Carnegie de Moscú. “No le resultará fácil abandonar un sistema tan complicado que es esencialmente un proyecto personal”, concluye Kolesnikov.
76.6% de votos obtuvo el presidente ruso, una aplanadora
18 años lleva tratando de recuperar al país del derrumbe de la URSS
Todos sus sucesores potenciales saben que no podrán mantener el sistema como está. El riesgo es que todo intento de reforma amenaza con desencadenar la reacción de los intereses creados