SAN MIGUEL, Guatemala. Una semana atrás, Eufemia García observó horrorizada cómo el Volcán de Fuego, de Guatemala, arrojaba ceniza ardiente y gas sobre su casa, enterrando a su nieto e hijos y a otros de los 50 miembros de su familia.
Desde entonces, anda en busca de sus restos. Entre ellos, García cree que están sus nueve hermanos y sus familias, así como su madre, sus hijos adultos y un nieto, probablemente convirtiendo a su familia en la más afectada en un desastre que los funcionarios admiten que empeoró por las demoras en las advertencias oficiales.
La aldea de San Miguel Los Lotes, en el exuberante flanco sur del volcán, fue casi completamente tragada por varios metros de ceniza, y los esfuerzos formales de búsqueda se han suspendido hasta que el volcán en erupción se estabilice.
Cada mañana, desafiando la orden oficial, García, de 48 años, deja el refugio donde ahora duerme, toma un pico o una pala y se dirige a la zona de peligro, donde grupos de voluntarios y otras familias cavan entre la ceniza endurecida por la lluvia y el sol intentando alcanzar sus casas.
La violenta erupción del Volcán de Fuego del domingo pasado, que deja ya 110 muertos, mantiene en alerta máxima a Guatemala porque la formación natural se resiste a volver a la calma, y las brigadas de rescate reanudaron ayer la búsqueda de más víctimas, mientras el país reclama respuestas del gobierno del presidente Jimmy Morales sobre serios señalamientos de posible negligencia y descoordinación de las autoridades.