PARIS, Francia – Parece la trama de una fascinante novela de espionaje de John Le Carré. Pero es la cruel realidad, casi invisible, que domina las relaciones internacionales de este siglo XXI. La cíber guerra es el principal escenario de confrontación entre Rusia y Occidente: la campaña de desinformación, injerencia electoral, “fake news”, intoxicación informativa en las redes sociales, cíber espionaje y ataques cibernéticos contra instalaciones estratégicas forman parte de las armas utilizadas por el Kremlin para perturbar el funcionamiento de las democracias occidentales.
“Rusia busca desestabilizar el sistema internacional”, denunció el miércoles Ciaran Martin, responsable del Centro Nacional de Ciberseguridad (NCSC) creado en 2016 en Gran Bretaña.
Apenas 48 horas antes, la primera ministra Theresa May había sido todavía más contundente: “Rusia aspira a convertir la información en un arma […] para minar nuestras instituciones”, proclamó en el solemne marco del banquete anual del lord alcalde de Londres. “Sabemos lo que ustedes hacen. No lo conseguirán”, advirtió a Moscú.
Esa misma semana, la task force de especialistas creada en 2015 por la Unión Europea (UE) para detectar y combatir los ataques de Rusia a través de internet denunció un gran incremento de campañas destinadas a agravar la crisis en Cataluña.
En los días previos al referéndum del 1° de octubre, el volumen de twits y mensajes sobre Cataluña emitidos por grupos rusos especializados en campañas registró un aumento de 2.100%. Un estudio realizado por la Universidad George Washington de Estados Unidos sobre un espectro de cinco millones de mensajes comprobó que 32% de las cuentas con perfiles falsos eran venezolanas o pertenecían a perfiles reconocidos como chavistas y 59% estaban ubicadas en Rusia, de las cuales un tercio solo se dedica a difundir contenidos de los medios oficiales RT (ex Rusia Today) y Sputnik.
“España debe tomarse muy en serio la amenaza rusa”, advirtió en ese momento la letona Sandra Kalniete, diputada en el Parlamento Europeo.
Hace una semana, finalmente, Madrid terminó por admitir la “injerencia informativa” rusa y el lunes pasado el tema fue expuesto ante la reunión de cancilleres de la UE que se realizó en Bruselas. “El interés de crear caos en España forma parte de una estrategia más global interesada en provocar la desestabilización de Europa”, estimó La Moncloa (sede de la presidencia del gobierno español).
Ahora el gobierno teme que los “hackers” rusos vuelvan a operar en las elecciones regionales del 21 de diciembre en Cataluña.
Los primeros indicios claros de injerencia rusa en los procesos políticos de Occidente surgieron durante la elección presidencial en Estados Unidos, en noviembre de 2016, que ganó Donald Trump.
La comisión creada por el Congreso norteamericano para investigar ese colosal operativo de influencia determinó que el aparato de influencia rusa Facebook llegó a 126 millones de usuarios de Facebook, utilizó unas 3.000 cuentas falsas de Twitter y difundió un millar de vídeos por YouTube.
La importancia de esa injerencia —que tuvo una influencia determinante en la derrota de la candidata Hillary Clinton— quedó opacada en parte por el descubrimiento de la trama rusa de Trump. Al término de seis meses de investigación, el procurador especial Robert Mueller, ex director del FBI, acaba de pronunciar las primeras inculpaciones contra ex miembros del equipo de campaña de Trump, acusados de complicidad con Rusia.
El riesgo para Trump es que esa investigación termine por demostrar que desde el comienzo actúa en colusión con el líder ruso Vladimir Putin.
Después de esa primera experiencia exitosa, la task force de la UE tuvo pruebas también sobre una campaña de desprestigio lanzada en los tramos finales de la elección francesa contra Emmanuel Macron, acusado de poseer una cuenta en un banco offshore del Caribe.
Los documentos incriminando a Macron fueron lanzados por el foro internet 4Chan, alimentado por supremacistas y simpatizantes de la extrema derecha norteamericana. La versión fue retransmitida por trolls y sitios de propaganda rusos, y reproducida por las agencias RT y Sputnik, que integran la red de propaganda del Kremlin.
Durante la campaña Macron también había sido acusado de mantener una relación homosexual, de defender medidas radicales que no figuraban en su programa, de lavarse las manos después de reunirse con los obreros o de estar financiado por Arabia Saudita.
Lo mismo ocurrió en Alemania, donde las elecciones de octubre fueron perturbadas por la intensa promoción del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), realizada en las redes sociales por la “sinfónica” de activistas que opera al servicio del Kremlin. Esa injerencia fue documentada por el grupo Alliance for Securing Democracy con sede en Washington, que co-dirige Laura Rosenberger, ex consejera de asuntos internacionales de Hillary Clinton.
La estrategia de Moscú se orienta a potenciar las declaraciones del partido y de los dirigentes que pueden ejercer “mayor perturbación a la vida política alemana” para inducir a la población a ”cuestionar la sociedad democrática”, estimó Bret Schafer, coordinador del proyecto. La agenda rusa, precisó, es claramente anti-OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y anti-UE (Unión Europea).
"Esta es una estrategia no militar cuyos objetivos son políticos", admiten los dirigentes de Bruselas. El problema para Occidente reside en que, como ocurría en la guerra fría, reaccionar a los ataques de la cíber guerra puede provocar una reacción en cadena de imprevisibles consecuencias.