PARÍS, Francia – Casi nueve meses después de la llegada de Emmanuel Macron al poder, la derecha francesa está atomizada, con sus principales líderes enfrentados a muerte y sin ideas ni programa para evitar un éxodo masivo de militantes y electores.
El partido, que en su actual versión se denomina Los Republicanos (LR), sufrió en los últimos meses una serie de crisis y catástrofes en las urnas que ponen en peligro su supervivencia.
El panorama desolador que presenta esa franja conservadora del electorado es el resultado del efecto que tuvo la irrupción de Macron en la política francesa.
Su descenso a los infiernos comenzó en abril último, cuando ocupó el tercer lugar en la primera vuelta de la elección presidencial, una situación humillante para un movimiento que fue uno de los dos polos dominantes de la política francesa en los últimos 60 años.
Luego, en las elecciones legislativas de junio perdió 13% de su caudal electoral y su representación parlamentaria se redujo de 226 a 136 diputados.
En ese momento, varios dirigentes importantes de LR emigraron hacia La República en Marcha (LREM), el partido creado por Macron en 2016 para impulsar sus ambiciones presidenciales. Dos de los tránsfugas principales fueron Edouard Philippe —designado primer ministro— y Bruno Le Maire, que asumió la estratégica cartera de Economía.
La serie negra continuó cuando el ex primer ministro Alain Juppé —una de las grandes figuras nacionales, que había sido uno de los precandidatos presidenciales de la derecha en 2017— se alejó oficialmente del partido. Juppe justificó su decisión por la línea ultra derechista que adoptó LR desde que Laurent Wauquiez asumió la dirección partidaria.
Esa ruptura marcó el comienzo de un éxodo más amplio, que incluyó a figuras como los ex ministros Xavier Bertrand y Dominique Bussereau, así como decenas de cuadros intermedios y miles de militantes, aunque no todos se incorporaron al partido de Macron. La gran esperanza del partido, François Baroin, que dirigió la campaña de las legislativas, decidió por su parte, abandonar la vida política.
En los últimos meses, además, se multiplicaron las creaciones de micro-partidos que convirtieron el panorama de la derecha en “una geografía tan compleja como el mapa de los Balcanes en los años 1990”, según la gráfica definición de la analista Sophie Coignard.
Wauquiez cuenta con el apoyo del padrino de la derecha, el ex presidente Nicolas, pero tropieza con la desconfianza de gran parte de los militantes. Para tratar de revigorizar el partido, ese joven dirigente de 42 años decidió adoptar una línea de enfrentamiento abierto con Macron, a quien acusa de desarrollar una política económica de “encarnizamiento contra la clase media”.
Los esfuerzos de Wauquiez están ahora orientados a dinamizar el partido y darle un cuerpo doctrinario para enfrentar las elecciones al Parlamento Europeo previstas para 2019.
Esa consulta será una prueba de fuego crucial para comprender tres parámetros que están determinando la recomposición del mosaico político francés: la popularidad de Macron tras dos años de gobierno; el nivel de resiliencia de Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional (FN) de extrema derecha que sufrió una humillante derrota en la elección presidencial de 2017; y —desde luego— la capacidad de Wauquiez para resucitar un partido al que todos consideran moribundo.