En medio de la incertidumbre sobre el futuro político y económico del país, el presidente de Italia, Sergio Mattarella, se dispone a disolver hoy el parlamento nacional, decretando de esta manera el fin del quinquenio de la 17ª legislatura de la República Italiana. Contemporáneamente, el jefe de Estado debería convocar las consiguientes elecciones generales, con toda probabilidad para el próximo 4 de marzo.

El camino de la actual legislatura se caracterizó por una serie de forzaturas constitucionales a causa de la falta de una clara mayoría parlamentaria y de la negativa a llamar nuevamente a las urnas a la población. Se inicio el 15 de marzo de 2013 después de las elecciones políticas del 24 y 25 de febrero conquistadas por pocos votos por el Partido Democrático (PD) liderado por Pierluigi Bersani.

Sin embargo, a causa de la imposibilidad de dar vida a un gobierno, el entonces presidente de la República, Giorgio Napolitano, nombró para esta tarea a otro miembro del “PD”, Enrico Letta, quien logró formar un nuevo ejecutivo (con alguna ampliación a la derecha).

Letta fue sucesivamente “defenestrado” por el joven y ambicioso Matteo Renzi, convertido en el nuevo líder del “PD”, tras una arrolladora victoria en las primarias del partido y a quien Napolitano asigno la guía del país.

Sin embargo, víctima de una sonora derrota en el referéndum promovido por él mismo sobre una serie de reformas constitucionales, el 4 de diciembre de 2016, Renzi se vio obligado a anunciar su renuncia. La mano paso así al también miembro del “PD” Paolo Gentiloni hasta llegar a nuestros días.

Tres gobiernos encabezados por otros tantos miembros del “PD” sin el pronunciamiento del electorado. Un hecho criticado por la oposición de centro-derecha, en cuyas filas renació Silvio Berlusconi, después de haber sido considerado una vez más políticamente “muerto”, como líder del electorado liberal-moderado.