PARÍS, Francia. El lunes pasado, mientras Donald Trump capitulaba en forma bochornosa frente a Vladimir Putin, la Unión Europea (UE) y Japón firmaron el tratado de libre comercio más importante de la historia del bloque. Ese acuerdo, que suprimirá aranceles aduaneros por valor de mil millones de dólares en un comercio bilateral que totaliza 129 mil millones de euros, creó una de las mayores zonas de libre comercio del mundo, susceptible de reconfigurar el comercio internacional.
La firma del acuerdo prefiguró, simbólicamente, el desplazamiento de placas tectónicas que se insinúa desde que Trump comenzó su trabajo de demolición del sistema multilateral promovido por Estados Unidos desde 1945: Europa empieza a darle la espalda al Atlántico para explorar nuevas alianzas comerciales, políticas y estratégicas.
Ese cambio geopolítico de primera magnitud aparece como el resultado lógico del “poder negativo” que inspira a Trump desde que llegó a la Casa Blanca: “Todas sus iniciativas estuvieron orientadas a destruir lo que existía o bloquear nuevas iniciativas, pero no hizo nada por construir algo nuevo”, argumenta el politólogo australiano Michael Shoebridge del Instituto de Políticas Estratégicas (ASPI).
Esa práctica no se limita a Europa, sino que abarca todo el mundo. En los 18 meses que lleva en el poder, su “poder negativo” lo indujo a retirarse del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y del Acuerdo de París sobre el clima, abandonó la Unesco, denigró a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), colocó a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en estado de muerte clínica y -por último- humilló y se distanció de todos los aliados históricos.
Después de 18 meses, el comportamiento de Trump no parece una simple acumulación de desaciertos, gestos demagógicos, brotes histéricos o rencores.
Se parece, más bien, a una estrategia perfectamente coherente, que llegó a su punto culminante en la cumbre de Helsinki, donde el presidente ruso “recibió un salvoconducto (...) para continuar su guerra híbrida contra Occidente”, escribió el exprimer ministro belga Guy Verhofstadt.
Esa colosal transformación implica que “Estados Unidos deja de ser el líder del mundo libre para limitarse a ser simplemente otra superpotencia mezquina”, interpretó el exdiplomático estadounidense Daniel Fried, miembro del influyente think tank Consejo Atlántico.
El analista ruso Maxim Suchkov lo dice más claro: “Trump puede haber disminuido el liderazgo de Estados Unidos en el mundo, pero todavía quiere la dominación".
Los aliados tradicionales de EU decidieron aplicar el pragmático principio de “pese a Trump” para empezar a construir una opción. Por ello abandonan el sistema de centro-radial que caracterizaba las relaciones diplomáticas de EU con sus aliados.
En su reemplazo empiezan a adoptar progresivamente un círculo vacío con Estados Unidos siempre ocupando el centro, pero sin funciones de liderazgo.
El acuerdo comercial entre Japón y la UE confirma esa tendencia. Francia y Australia adoptaron un enfoque similar tras la reciente visita de Emmanuel Macron a los países de Oceanía y en Gran Bretaña el Brexit -elogiado por Trumpempieza a ser criticado por la opinión pública, que reclama un nuevo referéndum. Si los aliados saben aprovechar la ocasión, de ese torbellino puede surgir un nuevo mundo, por lo menos en Occidente.
“Jamás hay que desaprovechar una crisis”, aconsejaba Thomas Jefferson, aunque otros atribuyen la frase a Rahm Emanuel, el maquiavélico secretario general de la Casa Blanca durante la presidencia de Barack Obama.
En todo caso, una crisis nunca tiene una connotación negativa: el ideograma que expresa ese término en mandarín significa “momento decisivo”, es decir “peligro”, pero también “oportunidad”.