CD. JUÁREZ, Chihuahua - A Juan Herrera le dieron un nuevo pantalón y zapatillas blancas cuando llegó a la Casa del Migrante de Ciudad Juárez, en Chihuahua. Fue para que las “mafias” no notaran de dónde venía.
Conservó solo la chaqueta deportiva gris del uniforme fácilmente reconocible que usaba en el centro de detención de migrantes de Estados Unidos antes de ser deportado, luego de más de una década de vivir en Estados Unidos.
Es mejor pasar inadvertido. Está recién llegado a México y se irá a casa de su madre en la violenta ciudad de Reynosa. Hay grupos criminales que secuestran y extorsionan a migrantes para pedir a sus familias en Estados Unidos que paguen un rescate.
”Piensan que tienes dinero y te pueden secuestrar, amarrarte por sacarle dinero a tu familia”, dice Herrera, un obrero de la construcción de 29 años. Su esposa y tres hijos, todos con nacionalidad estadounidense, quedaron en Álamo, Texas.
Muro, muro, muro
La violencia de pandillas, la falta de oportunidades y el deseo de reunirse con parientes en Estados Unidos es lo que mueve a cientos de miles de inmigrantes centroamericanos y mexicanos a tratar de cruzar la frontera sin papeles cada año.
”Nuestra frontera sur está bajo asedio. El Congreso debe actuar ahora para cambiar nuestras leyes de inmigración débiles e ineficaces”, se quejó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Twitter.
”Se debe construir un muro. ¡México, que tiene un problema de delincuencia masivo, está haciendo poco para ayudar!”, dijo, molesto con una caravana de migrantes centroamericanos que hace un par de semanas arribó a Tijuana para pedir asilo. Es su mantra: muro, muro, muro. Desde que Trump llegó al poder en enero de 2017 los migrantes sufren un clima más hostil.
En la frontera las detenciones bajaron, pero ocurren más dentro del país cuando los inmigrantes están con sus hijos en el supermercado, llevándolos a la escuela o en sus trabajos.
Con el anterior presidente de Estados Unidos, Barack Obama, las deportaciones fueron, en realidad, muchas más, pero Trump instaló un discurso de odio hacia el migrante.
”Ese es el muro más peligroso y más tremendo”, afirma el sacerdote Javier Calvillo, director de la Casa del Migrante, porque el muro físico -vallas, rejas- “ya está en muchos lados” desde hace años. “Lo peligroso es el mensaje discriminatorio de Trump”.
En el patio del albergue se cruzan los que van y los que vuelven. Los deportados y los que se preparan para “brincar” la frontera, como dicen. Juegan al baloncesto y hacen bromas mientras esperan que se hagan las dos de la tarde, la hora que fijaron para irse.
Marisela García, de 39 años, piensa “brincar” por tercera vez. Necesita reencontrarse con sus cuatro hijos de 17 a 13 años que quedaron solos en Estados Unidos.
”Se me ponchó mi llanta, yo iba con mis cuatro niños al lago. Apenas había comprado el carrito. Llegó la policía, me pidió la licencia y, como no la tenía, me arrestó”, cuenta.
A Herrera es la segunda vez que lo deportan y confía en que un abogado contratado por su esposa pueda poner en orden sus papeles para regresar sin problemas. “Ojalá mi abogado pueda hacer algo. Si no, voy a tener que irme otra vez”.
Aureliano Andrete tiene 22 años. Fue deportado y no quiere volver a probar. Ya sufrió lo suficiente. Cuenta su historia con la garganta reseca como si aún estuviera en el desierto.
Trató de cruzar primero en febrero por Sonora, en el noroeste de México, con un grupo de migrantes conducido por un “coyote. Su objetivo era reunirse con sus hermanos en Sacramento.
Caminó horas y horas cargando agua para calmar la sed, algo de comida, una cobija, un sweater, guantes. Pocas cosas. “Es duro”, relata con la voz entrecortada. “Ya no aguantaba. Las manos frías, los pies, todo el cuerpo temblaba”.
”Viene la migra y hay que esconderse en el monte. Hay espinas. No descansar, seguir caminando, seguir caminando. Viene el helicóptero con cámaras. No moverse, esconderse abajo. No mirar para arriba. Puro silencio”.
Fue detenido y deportado. Por insistencia de su hermano volvió a probar. Lo volvieron a expulsar, después de 11 días detenido. Ahora se irá a la Ciudad de México. Quiere buscar trabajo en la Central de Abasto.
“Yo sufrí y lloré por tantos pensamientos”, rememora. “Está duro, yo no tengo suerte”.
En el albergue, con sus cuartos con camas litera de frazadas a cuadros, hay lugar para 300 personas. Pero todo el que llega es recibido. Si hace falta se ponen colchonetas en el suelo. El movimiento es constante.
”No se van por gusto”, dice Ivonne López de Lara, trabajadora social del albergue y coordinadora del Centro de Derechos Humanos del Migrante. “Los migrantes no van a dejar de pasar, así pongan los muros que pongan”.